La fotografía de viajes es interesante y muy apasionante. No es extaño por lo tanto que sea uno de los ámbitos tradicionales con más adeptos y que más capte nuestra atención. Pero, ¿cómo distinguimos la buena fotografía de la mala? ¿Sigue siendo lo más tópico lo que más gusta o hay que empezar a buscar miradas más personales sobre lugares ya para muchos conocidos? El fotógrafo Tino Soriano a través de su libro «Los secretos de la fotografía de viajes» nos introduce en este apasionante mundo. Y lo hace precisamente un autor con una credibilidad más que sobrada después de muchos años de práctica y de haber ganado premios, entre otros, como el «World Press Photo», o haber publicado en cabeceras como los suplementos de El País o La Vanguardia, o en revistas como National Greographic, Der Spiegel, París Match o Time Magazine.
El libro es de lectura muy amena, organizado en cinco grandes capítulos -cada uno con muchos subcapítulos- de extensión moderada, mucha fotografía que los ilustra e infinidad de reflexiones, comentarios y consejos. De hecho, todos los subcapítulos acaban con una serie de consejos que complementan la información tratada durante sus páginas. Todo ello, poniendo, por lo tanto, de manifiesto el carácter eminentemente práctico de esta más que interesante obra. Los títulos de los capítulos llevan por encabezamientos, entre otros, «Composición y emoción» o «A la espera del instante mágico». Entre los subcapítulos, solo a modo de ejemplo, leemos «Trucos para lograr buenos retratos», «Monumentos con alma», «Colores que dan la nota» o «La prueba de fuego: la secuencia».
Por supuesto hay espacio para recuperar frases o expresiones de grandes maestros de la fotografía, como Ansel Adams: «Una fotografía es mi réplica emocional ante un paraje capaz de despertar una emoción»; o, Garry Winogrand: «No hay temas pequeños sino fotógrafos sin ideas». También para reproducir lecciones aprendidas por el autor de manos de figuras como Elliot Erwitt, del que dice: «Me explicó personalmente que es tan importante lo que incluyes en el encuadre como lo que decides dejar fuera».
Sobre el equipo necesario para este tipo de disciplina, asegura que lo ideal es moverse con unas ópticas entre el 35 mm y el 70 mm. Y una máxima que aparece repetida en muchas de sus páginas: «Discreción y determinación». En esta línea, asegura: «Actuar como un simple turista, sin ostentar un gran equipo fotográfico, es un método que usan algunos de los mejores». Hay referencias a las ‘horas azules’ (al amanacer y anochecer) por su calidad especial y que las hace indispensables en la práctica de la fotografía de viajes. Habla de estética, anécdotas, emoción, proximidad (estar cerca de donde suceden las cosas, un principio popularizado en su momento por el gran fotoreportero Robert Capa), simplicidad o juego con los colores (conocerlos y dominarlos para trabajar con ellos de la mejor forma posible).
Tampoco elude el momento complicado actual, apuntando que posiblemente la profesión de fotógrafo de viajes ha virado hacia la de comunicador audivisual, haciendo necesario complementar las instantáneas con extras imprescindibles como vídeo, entrevistas, etc. Y requiriendo de muchas horas dedicadas a las redes sociales. Aún así, da consejos sobre cómo presentar los trabajos a los editores de los distintos medios para hacerlo con ciertas garantías. Y habla, asimismo y en este sentido, del reportaje como una narración parecida al story board del cine, con un inicio y final, juego con fotos más potentes y otras ‘puente’ que hacen de unión entre unas y otras. El reportaje, en este sentido, como «un rompecabezas». Y ante la tendencia de hacer cada vez más y más fotos, recuerda: «Es más práctico tomar pocas fotos y disfrutar del momento si deseas recordar una experiencia toda la vida».