Es uno de los pueblos más conocidos de Marruecos; de hecho, es la foto de portada de una famosísima guía de viajes sobre aquel país de la ribera mediterránea; con sus características fachadas de colores azulados y blancos que tiñen toda la zona de la medina y que es una delicia, delicada, bella, sutil, para la vista y una experiencia muy agradable para el visitante. Hay quien dice que se trata de una de las medinas con más encanto de todo el país; que no es poco teniendo en cuenta lo mucho que hay por ver y disfrutar en un Marruecos todavía con mucho por preservar y mantener de su autenticidad.

La llegada puede que no cumpla inicialmente con las expectativas, ya que la parte construída alrededor de la medina tampoco tiene demasiado por ver ni que recorrer. El panorama, no obstante, cambia de forma drástica y sustancial cuando se ponen los pies en la medina. Entonces todas las imágenes vistas cobran vida y uno se transporta a esas postales con las que ha fantaseado. Chefchauen conserva aquella magia, mezcla de aires marroquíes y andalusíes, pese también a haber sucumbido a la fuerza del turismo. La presencia de paseantes es notable (y según el momento del año, según nos contaron, puede que incluso excesiva), si bien con un poco de suerte es muy soportable y no se hace ni remotamente pesada. De todos modos, hay que asumir y aceptar que es un gran destino turístico internacional, con lo bueno y no tanto asociado a esa categoría.
Por nuestra parte, dar un buen paseo por todas sus callejuelas es asignatura, sin duda, obligatoria. Además, la medina no es particularmente grande ni desmedidamente retorcida. Ideal, por lo tanto, para dejarse llevar sin muchos apuros por poder perderse, com si puede pasar en otras de dimensiones mayores y callejuelas de dibujos y diseñados similares a los de Chefchauen. El centro, corazón, de ésta es la plaza Uta el-Hamman, con su oferta de restaurantes, cafés y hoteles por sus alrededores. Cerca, mucho, también destaca la alcazaba, fortaleza, reconstruída, que destaca por sus jardines y colección de fotografías antiguas sobre dicha población.

En nuestro caso, pudimos disfrutar de ella en dos momentos muy distintos del día: al atardecer, tras nuestra llegada. Y al día siguiente, durante las primeras horas de la mañana. En ese segundo turno nos acercamos, llamados también por el ruido del agua, hasta una cascada, de Ras el-Maa, situada tras la puerta nororidental de la ciudad. Baja agua de las montañas del Rif y, dicen, aprovechan todavía las mujeres para lavar la ropa sobre su cauce. En cualquier caso, llama la atención.
Chefchauen se fundó por parte de tribus bereberes para hostigar a los portugueses de Ceuta a finales del siglo XV, según leemos. De aquella época y explicación en parte de su singular apariencia, recibió también migración morisca y judía expulsada de la Península y coincidente más o menos en el tiempo con su desarrollo. Inicialmente se llamó Chauen («cima», en referencia a su ubicación), cambiando en los años veinte del siglo pasado (1920) durante la ocupación española a Xauen. De aquel entonces, más o menos (1930), es su transformación a sus famosos tonos azulados, siendo hasta aquella fecha mayoritariamente dominada por los tradicionales verdes musulmanes. Su nombre actual, que traducido significa «Mira a la cima», es bastante reciente, de 1975.

Chefchauen, en este sentido, no defrauda para nada: responde a lo esperado y a lo visto, casi con toda seguridad, en algún momento, ya sea en las redes o en reportajes de viajes. No en vano es uno de los grandes destinos en Marruecos con fuerza, peso y delicadeza para ser encuadrada en cualquier itinerario trazado sobre el mapa de un país con mucho por ofrecer. Como se dice en tono coloquial: es un «must».
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