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Mongolia: ¿nómada, hasta cuándo?

Esa es la pregunta que trata de responder de forma clara el periodista con base en Asia -uno de los españoles de mayor trayectoria en aquel continente- Zigor Aldama (Bilbao,1980) en su libro «Adiós a Mongolia» y que lleva por subtítulo una afirmación suficientemente explícita: «El último viaje de los nómadas». Establecido en Shanghai hasta 2021, visitó aquel país muchas veces durante un amplio periodo de tiempo, que se extendió desde 2006 y hasta hace pocos años (el libro se publicó, por Península, en 2020). Recorrió los grandes parajes naturales de Mongolia como el desierto del Gobi, la tundra siberiana o la estepa central, pero también dejó espacio para la creciente tendencia urbanita, que se acelera de forma desbocada y que tiene como gran polo de atracción a su capital, Ulan Bator. Ésta, por cierto, está considerada como una de las peores ciudades del planeta, especialmente en invierno siendo la capital más fría del globo y que crece, sobre todo en su periferia, de forma desmedida año tras año. De hecho, según leemos en la contraportada, «cerca de 20.000 nómadas, se calcula, que cada año abandonan su estilo de vida tradicional para trasladarse a las ciudades».

El nomadismo en aquella parte del mundo parece, por lo tanto, tener los días contados, como así se recoge en el libro donde el testimonio de muchas de las personas entrevistadas oscila entre los más pesimistas, que no le dan un margen de futuro de más de una generación, a aquellos más esperanzados, que todavía resisten y que creen que entre los jóvenes todavía puede tener cabida un modo de vida que pierde adeptos de forma masiva. Las aseveraciones, testimonios y las cifras no ofrecen un escenario demasiado optimista si bien hoy, ese estilo de vida, muchas veces transformado en performance para visitantes, es uno de los grandes reclamos del turismo, que progresivamente y de forma casi inesperada también aumenta en Mongolia. Y que es favorable a las arcas de muchas familias, que reciben más dinero por posar sobre un caballo ataviados con ropajes tradicionales que lo que puedan ingresar por su actividad en el campo.

La televisión, los teléfonos, Internet, las motos y la educación -que cada vez trata de ser más universal y distribuirse de mejor forma por el territorio- hacen que los más pequeños vean con mejores ojos otras formas de vida de futuros más ilusionantes. También, en muchos casos, son los mayores de las familias quienes, conscientes de su dura realidad, animan a las nuevas generaciones a apostar por fórmulas con perspectivas más lucrativas. En las ciudades, y en especial, en Ulan Bator la situación de todos modos es compleja.

La escasez de vivienda y que no haya trabajo para todos los migrantes genera grandes bolsas de marginalidad: caldo de cultivo de un escenario social que es hoy por hoy todo un reto y que se ve acentuado por el cambio climático, que también está suponiendo serios cambios de temperatura y precipitaciones en el país, que ha llevado a muchos propietarios de animales a la ruina o a escenarios financieros de difícil resolución. Sectores como la construcción o el transporte de pasajeros (taxi) son algunas de las salidas pero no son suficientes y hacen que la violencia y el consumo de alcohol crezcan. En el libro, Aldama reproduce una cita que encuentra en 2006 donde se aloja y que recomienda a los huéspedes no salir más tarde de las 23 horas por cuestiones de seguridad. Dicho episodio abre el capítulo que lleva por título: «La peor ciudad del mundo». Y a éste, entre algunos otros, en la tercera parte del libro, dedicada a los «Urbanitas» (la primera está dedicada los nómadas y la segunda a los movimientos del campo a las ciudades) puede añadirse otro encabezado por: «Donde mueren los sueños».

Puede decirse, en líneas generales, que es un libro que rompe moldes e ideas románticas de un país que está experimentando una transformación colosal y que también se ve sacudido, como la mayor parte del mundo, por el incremento de las desigualdades. El interrogante es hacia dónde se moverá y si en esos cambios seguirá habiendo espacio para formas de vida ancestrales como el nomadismo, prácticamente en riesgo de extinción. Cabe decir, en último término, que no es un libro escrito en clave negativa ni pesimista y que tiene mucho de aventura, de descubrimiento pero también de seria labor periodística, con la consiguiente y necesaria componente crítica.

Incluye fotos, realizadas por el propio autor, que son de agradecer para tener una mejor y más detallada comprensión del itinerario recorrido por Aldama y que también, en buena medida, puede considerarse un libro de crónica viajera.

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