Es la capital de Cerdeña, con una población sobre 160.000 habitantes y que asciende a casi medio millón si se incluye el área metropolitana; y una historia milenaria que se remonta a época fenicia, en el siglo VIII aC y que pasó por manos romanas, cartaginesas, pisanas, piamontesas, españolas o saboyanas, con momentos -como es lógico- esplendorosos y otros más oscuros y decadentes.
De los buenos, se habla, de su origen, siendo construida sobre siete colinas -como Roma- por los fenicios, con un claro valor estratégico en el Mediterráneo, tanto a nivel comercial como también militar. Los cartagineses también dejaron su impronta, antes de pasar en el siglo III aC a manos romanas tras la Primera Guerra Púnica y convertirse en «Caralis» (en época fenicia, según leemos, su primer nombre era «Krr», en alusión a la «roca» donde se fundó y que pasó a su acepción romana, que quiere decir «cabeza» por tratarse del asentamiento principal de la isla). La decadencia llegaría con el dominio de los vándalos, para adentrarse más tarde en un periodo de mayor luz como parte del imperio de Bizancio.
En el siglo XIII, y de gran significación para la ciudad, entraron en escena los pisanos, que actuaron urbanísticamente de forma notable sobre la urbe, fortificando su barrio más antiguo -todavía se conservan partes de la muralla-, el del Castillo, que mantiene hoy el nombre y que es el más importante de la ciudad y de cuya presencia hay varias construcciones que se conservan como, por ejemplo, las torres del Elefante y San Pancracio. Situado sobre unos 100 metros sobre el nivel del mar, este barrio es claramene de carácter medieval, de calles estrechas y dibujos irregulares, y con algunos edificios destacados como el Palazio Regio (centro de poder donde se instalaron, entre otros, los virreyes españoles -aragoneses y catalanes dominaron la ciudad durante varios siglos, entre mediados del XIV y comienzos del XVIII- o la corte de la familia Saboya, desde 1718).

Catedral de Santa María
También en esta parte de Cagliari es digna de mención la Catedral de Santa María -cuyo nombre completo es «de Santa María Asunción y Santa Cecilia»-, de estilo pisano-románico y transformaciones góticas, barrocas y neorrománticas, y que data originariamente del siglo XIII. Aunque por fuera no tiene un aspecto muy llamativo, dentro el panorama cambia y sorprende por su majestuosidad. Además, guarda una leyenda según la cual podría esconder una reliquia: una espina de la corona de Jesús, que habría sido robada de Roma en 1527 cuando una fuerte tormenta sorprendió a sus ladrones en el mar. Éstos lo interpretaron como una señal divina y decideron confesar el delito al primer religioso que encontraron. Las noticias acabaron en los oidos del arzobispo primero y del Papa Clemente VII más tarde, que decidió que se quedaran como regalo en la Catedral. Según se indica, las reliquias se encontrarían en la Capilla Aragonesa.
El barrio de la Marina, otro de esos cuatro históricos y más reseñables, es continuación del primero y lleva, como su nombre indica, hacia la zona del puerto. Lo conforman nuevamente callejuelas serpenteantes, con sus talleres y tiendas tradicionales y un aire vecinal característico y todavía alejado de las transformaciones ocasionadas por la llegada de un turismo desmesurado y uniformizador.
Yendo en sentido contrario desde la zona del Castillo, hacia arriba y la parte de atrás de esta colina, vale la pena el Monte Urpino y el parque natural y público que lo engloba, desde donde se tienen unas buenas vistas tanto sobre gran parte de Cagliari como sobre la parte de las antiguas salinas -de peso determinante a lo largo de la historia para la ciudad y que estuvieron abiertas hasta el año 1985-. En lo alto hay una escultura que representa a San Francisco de Assis mientras el parque, por su parte, es también famoso a nivel internacional por la fuerte y numemrosa -aunque no siempre- presencia de ejemplares de flamencos, que le otorgan un aspecto muy característico y singular. Muy interesante y atractivo para los amantes de la ornitología y de estas bellas aves.

Playa del Poetto
Detrás de las salinas se divisa la gran playa de esta área de la isla: la del Poetto. Su nombre hay quien dice que podría venir de una palabra similar en catalán y que significaría «cisterna» mientras otras versiones apuestan por la palabra usada por los españoles para referirse a la zona de desembarque de la marina: «puerto». Con esta última podría tener más similitudes. Sea como fuere, es una playa de 8 kilómetros de largo, de arena fina y bonitas aguas, llena de restaurantes y sitios para tomar algo, ideal para pasear y practicar deporte. Y, según nos contaron durante la visita, habitual de los vecinos de la ciudad -muy frecuentada- y lugar de encuentro aprovechando nombres de establecimientos o paradas del autobús. Se extiende desde la Sella del Diábolo (formación geológica en lo alto de un promontorio con forma de silla de montar y que cuenta la leyenda perdió en esa parte de la isla Lucífer en un su lucha con el arcángel Miguel) hasta el Quartu Santa’Elena. //
(Más fotos de este viaje y destino en nuestro perfil de IG: @ev_revista)

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