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Camogli, Portofino y Rapallo: tres pueblos imprescindibles de la costa de Ligúria

Tres pueblos que por razones parecidas aunque también distintas son francamente interesantes de visitar. Cerca de Génova, en la costa de Ligúria italiana, los tres, por supuesto, destacan por su evidente pasado marinero, comercial y de pescadores. Pero, también es cierto o por lo menos a simple vista eso se intuye, cada uno, con el auge del turismo y las transformaciones sociales y económicas asociadas, ha escogido su propio camino.

Camogli

El primero que visitamos y al cual accedemos en autobús desde el puerto de Génova es Camogli. Las primeras impresiones -como en general en los tres casos nos sucederá- son francamente bonitas, bellas y con carácter. El peso y poso de su pasado pesquero todavía está muy presente, también en el ambiente que se respira y el porte de sus vecinos. La playa, de arena negra, y el fuerte oleaje de aquell mañana, con el agua embistiendo sin compasión contra las rocas, creaba una preciosa estampa salpicada con el contrapunto de algunas personas todavía aprovechando los últimos estertores del verano y un hombre, de torso descubierto, sentado, leyendo embelesado y apaciblemente apoyado sobre un muro que era continuación de la fachada del Castillo de la Dragonara, de época medieval y erigido para proteger el burgo y esa parte de la costa.

El paseo marítimo -uno de los espacios imprescindibles y más bonitos de este pueblo-, ofrece unas bellas panorámicas del pueblo y del mar. Sorprende, además, si durante el trayecto y también adentrándose en sus callejuelas de inclinaciones y dibujos diversos, se gira la cabeza hacia los edificios y se alzan los ojos, por una singular caacterística de toda esta zona de Italia: según leemos, los «trampantojos». Se trata de elementos arquitectónicos pintados sobre las fachadas y que simulan (ficcionan) balcones, ventanas, flores o persianas cerradas, llevando fácilmente al equívoco (más adelante descubriremos que esto también se repite en otro de nuestros destinos).

A nivel monumental cabe reseñar, junto al puerto y del siglo XII, en estilo jónico, la Basílica Menor de Santa María Asunta. Y también el Santuario de Nuestra Señora del Boschetto, erigida en el punto en el que según una leyenda en el siglo XVI se apareció la Virgen. En un sentido muy distinto, también se puede visitar la batería defensiva levantada entre los años 30 y 40 del pasado siglo, Punta Chiappa, que fue utilizada durante la Segunda Guerra Mundial.

Panorámica de Portofino, de camino a la iglesia de San Jorge. / @IRV

Portofino

El segundo pueblo al que accedemos es Portofino. Se puede llegar tanto por carretera como por el mar. Nosotros escogimos esta segunda opción que, por el fuerte oleaje de aquel día y las dimensiones de la barca, acabó -como parecía inevitable- con varias personas, primero con náuseas y después vomitando. Serían por lo menos entre tres y cuatro personas durante todo el trayecto las que sucumbieron a los efectos adversos del vaivén producido por el mar en ese recorrido no superior a una media hora.

Por cierto, de camino y aunque solo fuera desde lejos, nos aproximamos a la Abadía de San Fruttuoso (de difícil acceso, solo por mar o a pie) y que se construyó inicialmente sobre el siglo VIII. Cuenta la leyenda que fueron cinco religiosos españoles, huyendo de una Tarragona ocupada por los árabes y buscando un lugar a resguardo y que contara con una fuente de agua, quienes se establecieron de forma permanente en aquel punto del litoral de la Liguria. Según parece fue el propio mártir Fruttuoso quien le indicó el punto al obispo Próspero donde depositar sus reliquias. En el año 1000 los benedictinos lo convirtieton en una abadía y tres siglos más tarde la familia Doria seria quien lo embellecería. Delante, bajo las aguas y a una profundiad de unos 15 metros, se encuentra la estatua del «Cristo del abismo».

Portofino es sinónimo de elegancia y la jet-set internacional. Todavía con algo del aire marinero de antaño, ha sido destino escogido por intelectuales, gente de negocios o artistas y frecuentado por figuras como Spielberg, Clooney, Madonna o las Kardashian, por citar algunas. La «piazzetta» es su símbolo más conocido, sumado a callejuelas llenas de locales, cafeterías, tiendas de artesanías… También grandes marcas, que han querido tener presencia en esta pequeña localidad de notoria importancia, sobre todo en verano cuando el clima y la temperatura de sus aguas son más agradables.

En lo alto, destaca, con unas amplias vistas sobre toda la bahía, la iglesia dedicada a su patrono, San Jorge, que data del siglo XII y en cuyo interior están guardadas reliquias trasladadas por los marineros durante las Cruzadas. Un poco más lejos, aunque en la misma dirección, se encuentra el faro -Punta del Capo-. Por cierto, en tiempos pasados, romanos y griegos llamaban a sus habitantes «delfines», por su gran habilidad para navegar. Nosotros volvimos para el barco hacia nuestra última parada con la esperanza que también nuestro capitán hiciera alarde de pericia y esta vez todo el pasaje llegara a destino sin ninguna indisposición. Y lo logró.

Paseo Marítimo de Rapallo. Al fondo, la fortaleza Castello sul Mare. / @IRV

Rapallo

Es la más grande de las tres poblaciones, de aspecto más próximo a Camogli que a Portofino, menos ‘cuqui’ que esta segunda: más urbana y menos pesquera que ambas, aunque también con su gracia y encanto y que explican que alojara durante temporadas a personajes como Yeats o Hemingway. Destaca su paseo marítimo -Vittorio Veneto-, amplio, y que cuenta con una pequeña playa, de contundente, poderosa y singular personalidad: con un fuerte, de mediados del siglo XVI y función defensiva y que es símbolo de esta localidad –Castello sul Mare-. Llama mucha la atención y a nosotros nos atrajo hacia sus inmediaciones como la miel a las abejas.

No demasido grande, no es habitual encontrarse con un fuerte sobre la arena y a escasos metros del agua. Además, con acceso para los bañistas y espacio para que la gente colocara la toalla en sus proximidades. Cerca, hicimos un pequeño parón para hacer un café. Y… ¡Qué bueno lo hacen en Italia! Difícil encontrar un establecmiento en aquel país donde el resultado no sea de notable.

Volviendo a Rapallo y antes de dejar el Castillo, éste adquiere un aspecto festivo y espectacular cada año, por la fiesta en honor a la Madonna de Montallegro, cuando el cielo se cubre de fuegos artificiales y juegos de luces. Relacionado con esta figura pero en este caso en el Santuario de Nuestra Signora de Montallegro, al cual se puede acceder desde el pueblo a pie o en teleférico, las panorámicas son preciosas y, sobre todo, al atardecer cuando el paisaje, con el horizonte al fondo, adquiere esas tonalidades tan delicadas y especiales. Ah… Y de las fachadas, no nos olvidemos que también las de este pueblo presentan ventanas, balcones u otros elementos arquitectónicos simulando ser reales sobre las paredes. La justificación se encuentra en el siglo XVIII cuando se pagan impuestos según el número de ventanas. Picaresca…

(Más fotos y contenidos en nuestro perfil en IG: @ev_revista)


 

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