A comienzos de 2017 (abril) el papa Francisco visitó Egipto y se reunió con los principales líderes religiosos y políticos. Lo hizo en un momento en el que la situación de las minorías ha empeorado sensiblemente; de hecho los dos últimos atentados contra cristianos, uno de ellos en una iglesia en Alejandría por Semanta Santa, causaron más de cuarenta muertos y decenas de heridos. El golpe de estado del general Al Sisi en el verano de 2013 he representado una persecución de la disidencia política, de intelectuales e incluso periodistas y no ha contribuido a apaciguar demasiado los ánimos ni voluntades en el país. En la península del Sinaí, donde se localiza uno de los brazos de Al Qaeda en Oriente Próximo, después de muchos años actuando contra las fuerzas armadas, ahora lo hacen contra la minoría cristiana. Después que se hayan producido varios asesinatos, se está produciendo el desplazamiento forzado de aquellos que temen por su seguridad y su vida.
>> En la revista «EV», en el número 04, entrevistamos al periodista free lance y colaborador habitual del diario El País, Ricard González, para analizar en aquellos momentos la situación en el país tras el fracaso de la Primavera Árabe pero también el retroceso que ha representado el golpe militar posterior (extracto, a continuación).
Con la perspectiva de estos cinco años desde las revueltas de Tahrir, ¿los ideales que la impulsaron pueden darse por ‘enterrados’?
No, aún es pronto. Los grandes procesos revolucionarios a veces producen sus efectos décadas después. El mejor ejemplo es la Revolución Francesa, en la que hubo una contrarrevolución justo después. Algo parecido estamos viviendo en Egipto y otros países. No tengo nada claro que los viejos-nuevos autócratas como Al Sisi tengan la solución a los problemas que desencadenaron las revueltas. Si esos agravios no se resuelven, tarde o temprano puede haber otra explosión revolucionaria.
Usted vivió, precisamente, aquellas revueltas que generaron grandes expectativas y esperanzas. ¿Cómo lo recuerda todo aquello?
Fue un tiempo de mucha ilusión. Entonces todo parecía posible. Obviamente, cuando miras atrás, teniendo en cuenta el presente, es difícil no sentir nostalgia.
¿ Y qué fue lo más positivo y negativo que destacaría de dichas protestas sociales?
Lo positivo es que empoderaron a las sociedades árabes, hasta entonces más bien sumisas. Lo negativo, que las sociedades árabes se polarizaron después, sobre todo alrededor del eje islamista-no islamista.
¿Por qué fracasó y acabó con un golpe de estado militar en el verano de 2013?
Mi tesis es que el Ejército se dio cuenta que estaba perdiendo el control del país, y todos los privilegios que ello comportaba. Su presunta justificación era evitar que el país cayera en una guerra civil, pero no era ese el ambiente que se sentía. Sí, había un conflicto entre el Gobierno de los Hermanos Musulmanes y la oposición laica, pero no era violento ni parecía que podía desembocar en un enfrentamiento civil.
¿Supieron los Hermanos Musulmanes encontrar un equilibrio entre su victoria democrática y los valores que llevaron al derrocamiento del régimen de Mubarak?
Obviamente, cometieron muchos errores: el principal fue no haber compartido su poder con las otras fuerzas democráticas. El tiempo político requería consensos y no los buscaron con suficiente ahínco.
¿Es cierto que la victoria de Morsi derivó posteriormente hacia una creciente ‘islamización’ del país?
No, eso es absolutamente falso. No hubo ninguna medida política de calado de ese tipo. La experiencia del año Morsi no se puede comparar con la Revolución Iraní, donde sí hubo una islamización desde arriba. La única acción que se puede señalar es la aprobación de la Constitución. Pero aunque sí es cierto que aumentó el peso de la religión en la vida pública, no garantizaba una islamización del país, solo la hacía posible si en el futuro hubiera una mayoría parlamentaria suficiente. Eso no significa que la Hermandad no sea islamista, solo que pospusieron la aplicación de su agenda porque sabían que habría levantado ampollas en Occidente.
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