Llegamos por la tarde, un viernes, cansados, desde la espectacular y muy moderna estación de tren Zaragoza-Delicias. Nos alojamos, dejamos las maletas, nos relajamos algo y salimos a dar una vuelta. Era primavera, finales, ya cerca del verano, buena temperatura aunque a la que empezó a bajar el sol y correr el aire la sensación térmica ya fue otra. Hacía fresco y buscábamos algún lugar, cómodo, agradable, auténtico o que lo pareciera, donde sentarnos y aproximarnos a la cultura gastronómica de la capital aragonesa. Y lo encontramos. Casi por casualidad acabamos en la zona conocido como «El Tubo». Buscamos de dónde podía venir el nombre y, la verdad, es que no parece muy claro, si bien podría responder al dibujo y fisonomía de sus calles, estrechas, angostas y no del todo regulares.
Leemos en Internet una comparativa, sacada de la Guía Repsol que dice: «Si el Pilar es el corazón de Zaragoza, «El Tubo» es el estómago». La verdad es que sí parece una zona ideal para degustar muchos de sus pinchos, acompañados de alguno de sus buenos vinos o una cerveza -para que engañarse-. Además, por la noche, hay ambiente. Mayormente joven aunque con gente de todas la edades. Por la tarde, sí parece más familiar. En cualquier caso, muy recomendable en ambos momentos del día aunque con planes algo distintos. Entramos en dos de sus bares más característicos. Uno, el «Champi»; el otro, muy cerca del primero, «Doña Casta». En el primero, como su nombre indica o da a entender, especialidad en champiñones (para qué romperse la cabeza buscando nomenclaturas extrañas). Tapas buenas y ofertas también interesantes.
El segundo, ya sin relación entre el cartel en la puerta y su especialidad, es perfecto para degustar unas buenas y variadas croquetas. Sus sabores, pensados y ricos. Leemos, según una reseña del periodista gastronómico Iker Morán, para ’20 Minutos’, que son «grandotas». Pero no solo destacan por eso sino también por apostar por combinaciones menos usuales y algo arriesgadas. En el caso de este periodista, destaca varias -entre las que nosotros nos quedamos con dos-: una, de arroz negro con alioli; y, otra, de gallina con chocolate». Nos quedaron pendientes pero nos las apuntamos para una próxima visita (si sigue todavía en el menú, que así lo esperamos).
Volvimos por «El Tubo» varias veces durante aquel fin de semana; también durante el día e, incluso, para seguir un partido de fútbol. De hecho, era para ver por TV la final de la Copa del Rey entre Barça y Valencia y que se jugaba en el estadio del Betis, en Sevilla. Allí, por lo visto, poca expectación y poco interés. Victoria, por cierto, de los valencianistas. Aprovechamos para seguir probado algunas de sus muy interesantes tapas. Al dia siguiente, antes de marchar, descubrimos una pequeña terraza, algo escondida en una de las esquinas de esta zona, muy céntrica, de Zaragoza para sentarnos y disfrutar de un esplendido sol. Bonita zona y bonita experiencia en una parte de la capital aragonesa que, según leemos, no ha disfrutado de la inversión pública que igual mereciera, dejada un poco de lado hasta los pasados años noventa y que hoy puede que todavía no sea valorada suficientemente por los responsables de la ciudad. Sin entrar en este tema, que desconocemos, sí vimos mucho aprecio de los propios vecinos y también entre los visitantes, entre los que nos contábamos. Todo, por lo visto y experimentado, de visita casi obligada. //
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