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El Gran Bazar, la Torre Gálata y el Palacio Dolmabahçe, en Estambul

Es uno de los recintos comerciales más grandes y espectaculares del mundo; además, tampoco queda muy lejos de la zona más céntrica y concurrida dela ciudad ni muy distante de grandes reclamos de Estambul como Santa Sofía o la Mezquita Azul. Un pequeño paseo desde esos puntos de unos veinte minutos puede dar con una de las muchas puertas de acceso (22) a un espacio ideal para las compras y para dejarse embelesar por su sinfín de paradas donde se ofrecen desde joyas a piezas de ropa, souvenirs de la más variada estirpe, artesanía o especies. Se calcula que entre 300.000 y 500.000 personas visitan el Gran Bazar cada día.

Y pese a que parecen cifras desmedidas, cogen concreción y realismo si se tiene en cuenta que este enorme e intrincado bazar ocupa una superfície de 45.000 metros cuadrados, con 3.600 tiendas y 64 calles. Se empezó a construir -o el actual deriva del antiguo, ampliado y transformado a lo largo de los siglos, que el sultán Mehmet II hizo levantar cerca de su palacio- en 1455. Aquel espacio sirvió como polo de atracción de gremios, que se fueron colocando en sus cercanías, con la consiguiente ampliación de su perímetro, que posteriormente fue amurallado. Hoy es una interesante y apabullante experiencia, por la gran cantidad de estímulos visuales y para los sentidos y que tampoco se ve frenado por una acción comercial excesiva de sus gentes. Hay un cierto equilibrio que facilita el paseo de una manera, más o menos, cómoda (pese a la gran cantidad de visitantes).

Otro de los puntos interesantes de la ciudad es la Torre Gálata: fácil de ver desde muchos puntos de Estambul y en el lado europeo de la ciudad. Se llega cruzando el puente del mismo nombre y que se abrió en 1994, de dos niveles, con el superior para tranvías y coches, y el segundo para algunos restaurantes. Ambos, en cualquier caso, transitables a pie y con la habitual estampa de pescadores tratando de llevarse algo a la boca o que vender, tanto desde el nivel más alto así como desde el inferior. La subida a la Torre se empina un poco en la parte final. La Torre destaca, no tanto por su altura (que también: mide 67 metros), como sobre todo por su diámetro y el ancho de sus muros, que en la base tienen un grueso por encima de los tres metros, que se va estrechando hasta apenas unos 20 centímetros en la parte más alta. Además tiene una larga historia que hace que algunos la consideren como una de las más antiguas del mundo.

La Torre se construyó bajo dominio de esta parte de la ciudad (por entonces separada de Constantinopla y municipio independiente) de la República de Génova en 1348 (siglos XIII-XV). Se levantó donde anteriormente, desde el siglo VI había existido una antiguo faro, conocido como la «Gran Torre» y que, según leemos, en sus orígenes era de madera. La victoria del sultán Mehmet II en 1453 también supuso la pérdida de la Torre (en aquellas fechas ya integrada dentro de los límites de la gran urbe), que pasó a tener varios usos como el de depósito, calabozos u observatorio astronómico. Terremotos e incendios obligaron de trabajos de restauración, así como sobre la cúpula superior de forma cónica y que era de madera. Hoy, las vistas, desde lo alto, sobre la ciudad son amplísimas y muy recomendables. En los pisos inferiores hay explicaciones sobre su historia y sus funciones a lo largo del tiempo. La entrada se puede conseguir allí mismo. Y a hora temprana no hay tampoco demasiados problemas. La mayoría de los visitantes se concentran, sobre todo, en Santa Sofía, el Gran Bazar y la zona del puerto (los cruceros por el Bósforo isiguen siendo, con razón, muy valorados).

Otro de los lugares que puede que tampoco sea de los más conocidos, pero que sin duda vale la pena, es el Palacio de Dolmabahçe, en el distrito de Besiktas. Data del siglo XIX cuando el sultán Abdul-Mejid I decidió trasladar la corte desde el Palacio Topkapi, algo venido a menos, a este nuevo emplazamiento al otro lado del Bósforo. Las obras se desarrollaron entre los años 1842 y 1853 y estuvo en uso hasta 1923, cuando Ataturk proclamó la república, viró la capitalidad hacia Ankara, pero que usó en calidad de presidente en sus visitas a Estambul. De hecho, dicho político vivió sus últimos días hasta su fallecimiento, en noviembre de 1938, en uno de sus aposentos (hoy visitable).

El palacio, de inspiración europea, quiere asemajarse en cierta medida a Versalles. Es de estilo neobarroco, con una espectacular fachada de mármol de 600 metros de longitud, 285 habitaciones y una superfície de 45.000 metros cuadrados. Es uno de los más grandes de Turquía, dividido en tres espacios: uno para los asuntos de estado, otro (harén) para los asuntos personales del sultán y de su família, y un tercero para las habitaciones ceremoniales. Pese a no estar encuadrado dentro del itinerario de muchos visitantes a esta muy interesante urbe, sorprenderá -seguro- a más de uno por su decoración y gran belleza.

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