Hasta finales de este mes de enero’ 24 y desde el pasado mes de septiembre se ha podido ver en la sala KBr de la Fundación Mapfre, en Barcelona, la exposición sobre la obra del fotógrafo Williamn Eggleston «Eggleston. El misterio de lo cotidiano». Una muestra relativamente amplia y prácticamente pionera en el estado sobre el artista que repasa algunas de sus obras más famosas y recupera e invita a reflexionar sobre los ejes temáticos y conceptuales que marcaron su trabajo.

Ya en los años ochenta recibió un premio de la Fundación Hasselblad y también, tiempo más tarde, en 2004, un PhotoEspaña, entre algunos de sus muchos reconocimientos. Muy valorado en su país, Estados Unidos, y algo menos en Europa, fue uno de los primeros en trabajar con la fotografía en color como forma de expresión artística tan válida como hasta entonces lo había sido el blanco y negro, hasta aquellas fechas considerado como el medio por excelencia dentro del trabajo con la imagen fija. En cualquier caso, ya en 1976 el MoMA de Nueva York le había dedicado una exposición, que evidentemente rompería moldes y abriría nuevos caminos, ya iniciados también por otros compañeros que vieron las potencialidades del color hasta aquella época destinado sobre todo a la publicidad y denostado como demasiado «comercial».
Influenciado en sus inicios cuando también trabajaba con la foto en blanco y negro, según leemos, por autores como Walker Evans y Henry Cartier-Bresson, su obra huye mucho de los marcos de trabajo de ambos -especialmente del segundo, muy enfocado en captar el famoso «instante decisivo»-. Eggleston trabaja a un nivel mucho más conceptual, tratando de encontrar lo trascendente en lo banal, cotidiano, con una mirada sociológica sobre la sociedad de posguerra de su país y, en especial, del sur y el área cercana a su lugar de nacimiento, Memphis.
Pese a que en la muestra se destaca que Eggleston no se limita solo a la estética, hay que decir que el trabajo con la luz y el color en muchas de sus fotografías es francamente cuidado, delicado, preciso y muy acertado en la combinación de tonos. Son imágenes que atraen tanto por su cromatismo como, a la vez, por razones que puede que escapen a nuestra parte más racional. Nos interpelan o nos dejan unos instantes clavados frente a sus fotografías, tratando de descifrar qué nos explican o transmiten (más sutil y, a menudo, críptico para el intelecto). Gasolineras, moteles, hamburguesas, bares, sillas, botellas de ketchup, rótulos, puertas desgastadas por el paso del tiempo, retrovisores, interior de vehículos, figuras humanas… Toda una serie de elementos, donde cada uno tiene su cuota de protagonsimo y dónde no parece que ninguno se imponga al resto sino que entre todos conforman un todo que dialoga con una intencionalidad que nos habla de nosotros.

Eggleston tiene un trabajo que se ajusta perfectamente a fórmulas de degustación como esta muestra pero que también se adecua perfectamente a medios como libros de formato medio o grande: imágenes que vale la pena observar con calma, detenimiento y ojo crítico. Está claro que, junto a otros compañeros que siguieron un camino parecido, se trata de un autor que de una forma más o menos explícita ha tenido una gran influencia sobre la fotografía contemporánea. Vale, por lo tanto, reseñar iniciativas como ésta que ayudan a educar la mirada.
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