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Bellagio y Sirmione, dos elegantes pueblos marcados por dos grandes y espectaculares lagos

Uno se encuentra cerca de Milán y el otro de Verona (ambos, bastante cerca); los dos son pequeños, coquetos, de calles empedradas, de adoquines, irregulares, exquisitas y marcados por la proximidad de los Alpes, de Suiza, Austria. Y, por supuesto, por encontrarse en las inmediaciones de dos lagos, famosos que atraen desde hace varios siglos hacia sus tierras a las altas clases aristocráticas. Su idiosincrasia, en cualquier caso y con el boom del turismo, se ha modificado y las ha acercado al común de los mortales. En verano, en cualquier caso y de poder elegir (que muchas veces no es factible), no es la mejor época para visitarlas. Las aglomeraciones pueden llegar a ser excesivas e incomodar la experiencia de encontrarse en dos pueblos que, sin duda, son de los mayores atractivos de toda esta zona del norte de Italia (que no va, precisamente, escasa de un sinfín de propuestas).

Bellagio: una forma habitual de llegar es hacerlo en ferry desde la ciudad de Como (también se puede hacer en coche pero la carretera es algo sinuosa, de curvas, y no es particularmente fácil aparcar en temporada alta. Hay que dar muchas vueltas y alejarse algo del centro para tener posibilidades reales de dejar el vehículo). Una vez allí, de lo más interesante, es todo el paseo cercano al lago y la cantidad de hoteles, restaurantes y también villas (algunas, más o menos, visitables) que dejan a las claras que se trata de un lugar con encanto y señorío (aunque con ofertas, por supuesto, para todos los bolsillos).

Delante de una tienda de dulces y comida de todo tipo, las colas son considerables. La imagen, desde fuera, realmente invita a echarle una ojeada. El escaparate y la exposición de productos, atrapan. Leemos que aquí, en uno de sus hoteles, propiedad desde mediados del siglo XIX de la Fundación Rockefeller de Nueva York se han alojado figuras como Churchill, J.F. Kennedy, Clark Gable o, más recientemente, Al Pacino. Se trata del Gran Hotel Bellagio.

También, propiedad de la misma familia es la Villa Servelloni, accesible en la parte de sus exóticos jardines y donde pueden hacerse las reservas para las antiguas ruinas del castillo-fortaleza del siglo VI a.C., destruido en el siglo XIV y por el que pasaron romanos, godos o lombardos, entre algunos de sus ocupantes. Se encuentra en el punto más al norte de este pueblo, de localización privilegiada, justo en el punto de división de los dos brazos en que se divide este lago con forma de “y” invertida.

Entran y salen gran cantidad de embarcaciones, de forma regular y continuada y en una estampa normal y cotidiana, en dirección hacia otros de los pueblos interesantes de este lago como es, por ejemplo, Varenna. Por el paseo, familias, amigos, parejas… disfrutan de este pueblo, situado en pendiente y que es absolutamente comprensible que cada verano atraiga a cientos de personas.

Dejando el Lago di Como (en sus proximidades cuentan con residencia estrellas como George Cluny o Madonna), nos dirigimos hacia otro pueblo de naturaleza relativamente parecida, aunque con significativas diferencias. Similitud es, por supuesto, que se encuentra también a orillas de un lago alpino; pero, en este caso, se trata del Lago di Garda, el más grande del país transalpino y que hace que hacia este pueblo, Sirmione, se aproximen cada año muchos visitantes de nacionalidad suiza y austriaca. Parece disfrutar de mucha popularidad entre sus ciudadanos. Por cierto el lago mide más de 200 kilómetros cuadrados, que no es precisamente poco.

De Sirmione, lo primero es que el acceso a la parte antigua viene flanqueada por una dársena y también especie de puente levadizo (por lo menos, así lo parece) que lleva al interior del recinto histórico y donde a escasos metros e incluso antes de entrar ya se divisa una fortaleza en buen estado de conservación y que le confiere un fuerte carácter. Dentro, se despliega una lengua de tierra de cerca de 2,5 kilómetros de longitud hacia el interior del lago. Llaman la atención dos iglesias, de “Santa María delle Neve” y de “San Pietro in Mavino” así como el parque “Don Livio Zorzi”, que se ven rápido y tienen cierto interés. Por toda la zona, además, llaman la atención la gran cantidad de pequeñas embarcaciones, de aspecto deportivo, que entran y salen de sus inmediaciones y que dan idea, más o menos, del estatus socieconómico del lugar.

Una serie de condiciones que seguro que hoy son algo distintas -imaginamos- de las que había cuando en los años cincuenta María Callas, con su primer marido, ubicó aquí una de sus residencias. “La Divina”, como se conocía a la gran artista y soprano, fue habitual de sus calles y de esta zona por aquel entonces como espacio de descanso y de desconnexión.

Acabamos el repaso con una mención a las Grutas de Catulo, romanas de los siglos I a.C. y comienzos de la primera centúria de nuestra Era que explican, junto a todo lo comentado, que a Sirmione se la conozca por el apelativo de la “Perla de Garda”. Por cierto, un buen momento para visitarla es al atardecer, cuando el sol baña de tenue y delicada luz las aguas del lago y configura una escena de postal. Debe ser todo un espectáculo.


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