Desde hace tiempo hay que reservar para visitar este archipiélago formado por tres islas (Faro, Monteagudo y San Martiño), en el Atlántico y cerca de Vigo, y que es uno de los grandes destinos turísticos y naturales de Galicia. La experiencia, en cualquier caso, no defrauda y es de aplaudir el esfuerzo realizado para preservar en buenas condiciones este espacio declarado Parque Natural desde 1980. El volumen de personas, en temporada alta, es constante y de ahí que se estableciera, como también en otros puntos del país, límites y números máximos para el buen funcionamiento y convivencia con el espacio, la vegetación y, sobre todo, la fauna que allí vive o sobrevive, según se mire.
El ferry no tarda excesivamente: una media hora en llegar y se puede, luego, coger de vuelta en un horario máximo hacia el final de la tarde y que deja bastante margen para disfrutar tanto de las distintas excursiones señalidazas por los diversos senderos y que llevan a sus tres faros, como de las playas, estando considerada una de ellas –Playa de Rodas– por el rotativo británico The Guardian como entre «las mejores del mundo». Ésta, según información del propio parque, es el paraje más conocido de las islas, de fina arena y una longitud aproximada de un kilómetro, en forma de media luna y que conecta las islas de Faro y Monteagudo.

Precisamente, entre los senderos, el más popular y habitual es el que lleva desde el muelle hasta el faro más famoso: el del Monte Cíes y que durante muchos momentos de la travesía se divisa en lo alto, sobre unos 178 metros sobre el nivel del mar. La caminata, si hace calor, hay que tomársela con algo de calma, si bien es absolutamente apta para cualquier persona. El Faro, todavía en funcionamiento, fue inicialmente construído por recomendación del cónsul británico en Galicia entre 1851 y 1853 y emite una luz visible hasta 40 kilómetros de distancia. Hasta los años 60 disponía de una vivienda, si bien desde entonces hacia aquí se ha automatizado. Ha vivido varias restauraciones, siendo una de las últimas en 1980 y experimentando adecuaciones sobre su infraestructura y de tipo turístico desde 2018. El faro -la torre- mide 13 metros de alto.
No muy lejos, destaca la «Pedra da Campá»: formación geológica perforada y modelada por los fuertes vientos atlánticos, cargados de mucha sal, de forma acampanada y lugar habitual como escenario ideal para la pose y la fotografía de rigor. Otro punto interesante es, cerca del Faro do Peito, el Observatorio de Aves, desde donde se pueden admirar aves marinas como el cormorán moñudo o la gaviota patiamarilla. Ésta última tiene fuerte presencia en el archipiélago y es natural que se acerque en muchas ocasiones a los visitantes (la comida sirve como gran punto de atracción).
Sus distintas playas, mínimo unas cuatro o cinco además de la ya citada (de Rodas) de «aguas cristalinas, turquesas, que remiten al Caribe», se cruzan o encuentran siguiendo los senderos, que están establecidos para preservar adecuadamente los hábitats de las distintas especies. Todas ellas no son excesivamente grandes pero sí guardan encanto y el aire de lugares no exageradamente explotados. A nuestro parecer, son recomendables. Y pueden recorrerse e incluso disfrutar dentro del horario marcado. Llegando sobre las 12 h, hay tiempo suficiente para dar una amplia vuelta y combinarla con momentos de ocio. Para ello, además cuentan con varios puntos de restauración e, incluso, hay un cámping.

Motivos, por lo tanto, a nuestro entender, sobran para incluir a estas islas en cualquier itinerario por Galicia. Puede que no tengan, por supuesto, el nombre de Santiago pero a nivel de naturaleza merecen la visita; a la que dedicar, a grandes rasgos y sin muchas prisas, una jornada completa. Como decíamos, la vivencia no decepciona. //
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