Camino, desde la Plaza de San Pedro al Coliseo y puede que saltándonos algunos espacios también de interés y en un recorrido que puede durar sobre una hora, lo primero que destaca es el Castillo Sant’Angelo, al lado del río Tíber y que nosotros visitamos amenizado por una alegre música tocada por intérpretes callejeros.
Castillo de Sant’Angelo
Concebido inicialmente como mausoleo del emperador Adriano y su familia, data del siglo I de nuestra era, si bien desde el año año 403 ya empezó a usarse como fortaleza estratégica. Y con alguna particularidad escondida o poco conocida como es su conexión con San Pedro mediante un pasadizo –Passetto di Borgo, de 1277, que conectaba con el Vaticano-. De hecho y por poner un ejemplo, en 1527 el papa Clemente VII resistió desde su interior a un asedio de cerca de un mes, viendo desde la distancia como las tropas germanas y españolas de Carlos V saqueaban la ciudad. El nombre, por cierto, remite al año 590 d.C. y a una leyenda por la que el Papa Gregorio I vio descender al arcángel Miguel sobre el Mausoleo, coincidiendo con el fin de una epidemia de peste que diezmaba la ciudad. En conmemoración de dicha visión se colocó una estatua del ángel sobre su cima. La actual es del siglo XVIII, inspirada sobre una anterior de Bernini.

Piazza Navona
Cruzamos por el puente, de origen romano aunque restaurado en el siglo XIX y con profusión de estatuas en sus costados, para adentrarnos en el centro de la ciudad. Lo siguiente en encontrarnos es una de las plazas más famosas de Roma y una de las preferidas por su vecinos, considerada entre las más bellas de la ciudad y del país, como es la Piazza Navona. Se sitúa donde anteriormente se había ubicado el estadio deportivo de Domiciano en el siglo I d.C. En el centro, destaca una gran fuente con cuatro figuras, cada una de ellas representando ríos del mundo como el Danubio, Ganges, Nilo y Río de la Plata.
Data de 1651 y es nuevamente creación de Bernini, que dicen las malas lenguas que tenía una relación compleja tirando hacia negativa con su colega Borromini. De ahí que una de sus figuras parezca alzar uno de sus brazos hacia la iglesia de Santa Inés (muy próxima a la fuente y obra de Borromini) y que para Bernini inexorablemente tendría que acabar por derrumbarse. La fuente, en cualquier caso, se llama de «Los Cuatro Ríos» y es francamente de gran belleza y unas dimensiones más que notables. También transmite poderío. Toda la plaza es un lugar agradable para pasaer, sentarse, tomar algo en alguna de sus terrazas… Hay gente pero no se concentra tanta como en otros puntos.

Panteón
Y es que por concurrencia hoy en día, sí que la hay tanto en el Panteón como también en la Fontana di Trevi, con la que acabaremos esta segunda entrega y pendientes de la tercera y última. Del Panteón, vuelve a transportarnos muy atrás en el tiempo: nos remontamos al año 27 a.C. cuando el cónsul Marcus Agripa hizo construir este «templo de todos los dioses». Austero pero contundente, fue destruído en el año 80 d.C. por un devastador incendio aunque vuelto a reconstruir por Adriano en el siglo II. En el siglo VII fue trasnformado en iglesia, actuando como tal durante parte de su historia.
Carente de estatuas y pinturas, destaca por sus 16 columnas de granito hechas venir de una sola pieza desde Egipto y por sus dos enormes puertas originales, de bronce y 20 toneladas de peso cada una. La bóveda, como la base, mide 43,3 metros de diámetro, con una claraboya en lo alto -único punto de luz del templo- de 9 metros de ancho -una gesta arquitectónica destacada y que suele llamar mucho la atención-. En sus laterales se localizan las tumbas de Rafael y de los dos primeros reyes de la Italia independiente: Víctor Manuel II y Humberto I.

Fontana di Trevi
Y cerramos esta segunda entrega haciendo mención de una de las fuentes más populares, famosas e increibles tanto de Roma como, podría decirse sin atisbo de duda, del mundo: la Fontana di Trevi. Es barroca, del siglo XVIII y no la firma un artista de prestigio universal. De todos modos, su éxito entre los visitantes es incontestable, con decenas, cientos de personas que cada día esperan turno -no hay que pagar pero sí hacer cola, que está organizada al estilo de la de un museo, espectáculo o incluso aeropuerto- para poder ponerse de espaldas y lanzar la preceptiva moneda a sus aguas.
Originalmente se creía que quien bebiera de ellas, volvería a la ciudad. El protocolo ha cambiado desde hace tiempo y puede que incluso el significado del gesto: hoy, puede, que también ligado a la buena suerte en la vida. Interesante, también, es descubrir, según leemos, que su agua procede de un manantial situado a una veintena de kilómetros y conectado por un antiguo acueducto del año 19 d.C. Por cierto y puede que a tener en cuenta, su aspecto cambia sensiblemente de noche y se puede disfrutar con algo más de calma. //
(En la última entrega, la tercera, hablaremos sobre el Foro, el Coliseo, las Termas de Caracalla, la Piazza Venezia, la Plaza España y la Columna de Trajano).
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