El paisaje es agreste, singular, curioso, extraño y bello. Las vistas desde lo alto al Mar Mediterráneo son espectaculares. El parque natural que incluye este cabo se creó en 1998 y es el primero de estas caractarísticas (que incluye parte marina y otra terrestre) del país, con un total de 13.886 hectáreas (de las que más de 10.000 corresponden a la parte terrestre -10.813 ha.- y 3.000 a la marina -3.073 ha.-). Está considerado como un lugar «único en el mundo» (o por lo menos así lo definen las instituciones pertinentes y responsables de su gestión). Lo cierto es que no nos atrevemos a discrepar de su criterio. El aspecto que presenta es fantástico. Está algo alejado si se viene por autopista -que es lo más fácil y habitual- ya que una vez se coge el desvío todavía queda un trozo largo (de unos 80 quilómetros) para llegar a destino. En los últimos quilómetros abundan las curvas pero con un poco de paciencia y prudencia, merece mucho la pena.
Nosotros no hicimos reserva (error) y no pudimos coger mesa. En lo alto, un bar o restaurante -según se mire- permite la posibilidad de comer disfrutando de unas vistas impresionantes sobre este paraje natural. Y especialmente, sobre el mar. Como alternativa hay algunas mesas de acceso libre y self-service -que a nosotros nos sirvieron para picar algo, matar el gusanillo del hambre y relajarnos durante una media hora bajo un sol muy agradable, una tenue brisa y el rumor suave de las olas-. Lo cierto es que es uno de esos momentos y lugares que -pese a que suene a anuncio publicitario- no tienen precio.
Toda esta zona estuvo habitada ya desde el Paleolítico. De hecho, según leemos, es una de las zonas habitadas más antiguas de Europa. En toda esta área ya en el siglo VII a.C. los griegos fundan la colonia de Emporium. En el siglo IV d.C. el Cap de Creus aparece en escritos romanos. Los visigodos hacen acto de presencia en la Edad Media, así como las invasiones musulmanas. La entrada y salida de unos y otros a través de esta zona -paso muy frecuentado de los Pirineos- lleva a la quema de villas y a la dispersión de población del litoral al interior. Los ataques piratas en Época Moderna protagonizados por los turcos presionan también en esa dirección. Se desarrollan mucho la agricultura, ganadería y pastoreo. Crecen el cultivo de la vid y, en menor medida, del olivo. En el siglo XVIII aparecen nuevas poblaciones como Port de la Selva y Collera. Y Figueres vive un desarrollo notable. Durante la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, toda esta zona vive un ‘boom’ turístico considerable que en las últimas décadas se ha querido mitigar y gestionar con mayor respeto por el entorno.
Precisamente, sobre el entorno y sorprendidos ante las formas tan diversas que nos encontramos en este Parque, nos documentamos para descubrir que buena parte de esas formas es debida a la erosión continuada de los fuertes vientos del norte, de la tramuntana. Y también al tipo de piedra más habitual de la zona, de origen paleozoico (de hace entre 650 y 250 millones de años) y de tipo metamórfico, con la pizarra como una de las más destacadas. El escritor Josep Pla se refería a este lugar como un «inmenso jardín de piedra». No es de extrañar tampoco que el genial pintor Salvador Dalí, que vivió durante muchos años y buena parte del tiempo en Portlligat, además de ser originario de Figueres, se inspirara o cogiera ideas de este entorno: espectacular, salvaje y precioso.
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