El Mercat de la Boqueria, desde 1836

Llama la atención, el gentío, bullicio, de personas que se concentra en su entrada principal viniendo desde las Ramblas en Barcelona. Pero no es de extrañar. Aparece en todas las guías de viajes sobre la capital catalana y, según leemos, para la CNN se trata de uno de los mejores mercado del mundo según una información de los últimos años. Para los vecinos, en cualquier caso, existe el temor que acabe fagocitada por su éxito entre los visitantes y se convierta más en un entretenimiento para turistas que un equipamiento para los ciudadanos. Posturas dificiles de conciliar aunque no imposibles.

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Nosotros lo visitamos atraídos, por supuesto, por su fama y por ser uno de los grandes lugares que visitar en Barcelona. Antes de ir consultamos en Internet cuál era la mejor hora para ir. Estábamos fuera de horario o, mejor, acudíamos en uno de los momentos más álgidos, cuando el volumen de personas era uno de los más altos de la jornada. Nos interesaba hacerlo de este modo para -dentro de unos márgenes mínimamente cómodos- llevarnos una instántanea aproximada de la realidad de este mercado. Inglés, francés, alemán, chino, ruso… eran las fisonomías e idiomas más fáciles y habituales de ver y escuchar. Raro fue, sinceramente, escuchar conversaciones en catalán o castellano. Pocas, aunque algunas sí hubo. En la entrada nos dio la bienvenida el arco modernista, obra del arquitecto Antoni de Falguera, también autor al año siguiente, en 1914, de la cubierta metálica que protegía toda esta instalación. Con estas obras se cerraba una primera etapa del mercado caracterizada por la presencia de toldos y cubiertas temporales y provisionales, estampa habitual desde 1874.

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Hoy conforman el Mercado de la Boquería unas 200 paradas. Muchas gozan de prestigio, personalidad y nombre propio y han pasado de padres a hijos durante varias generaciones. Podría decirse que se trata de figuras, personajes, indestriables de la imagen de este mercado y que se han ganado con el paso de los años y las décadas. Destaca, entre éstos -y que nadie se nos enfade- uno de los más conocidos y populares como es el Pinotxo, con el señor «Juanito» al frente. En realidad se llama Joan Bayén, lleva más de 75 años trabajando en esta parada desde que lo hiciera en sus comienzos con apenas seis años al salir del colegio y ayudar con los cafés a su madre, Catalina.

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Sus platos estrella, asegura y segun recoge un artículo de La Vaguardia, son «los chipirones con judías de Santa Pau y los garbanzos con morcilla». Reconoce que su vida ha sido, sobre todo, «trabajar, trabajar y trabajar» pero por lo que vemos -nos tomamos durante nuestra visita un café que nos sirvió el propio Juanito-, lo hace con garbo y muy animado. Se nota -y así lo parece- que vive y disfruta con lo que hace. Y mejor que sea así porque se levanta cada día a las cuatro de la mañana para abrir la persiana a las seis. En los últimos años recibió el Premio Ciutat de Barcelona de Gastronomía, con el reconocimiento y felicitación de grandes cocineros como Ferran Adriá o Carme Ruscalleda.

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Y haciendo algo de historia, su origen, el de este mercado, nos hace remontarnos al siglo XIII cuando en este punto de Barcelona ya existían paradas de carne. En el siglo XVIII las encontramos en la Rambla de Sant Josep para volver a su lugar inicial en el siglo siguiente. Durante el s. XX experimentó varios cambios. Probablemente uno de las más importantes se acometió en 1998 cuando se quiso transformar el actual mercado, tapado desde comienzos de siglo, en una plaza cubierta pero abierta. Para ello se derribaron los muros perimetrales y se recuperaron las columnas de estilo jónico. Con ello, a su vez, se ganaba también más luz natural. En los últimos años ha vivido más modificaciones para adaptarse a los nuevos tiempos y ganar en funcionalidad. Tras nuestra visita reconocemos su fama, merecida, para este mercado singular. También, en cualquier caso, coíncidimos con las amenazas y retos que tiene por delante para no acabar por convertirse en solo -aunque bonita- una atracción. //


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