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«Oriente Medio, Oriente roto». Un repaso a la situación en aquella zona en la última década de la mano del periodista Mikel Ayestaran

Libro del periodista vasco, Mikel Ayestarán, «Oriente Medio, Oriente roto», hace un repaso a la situación en aquella zona del mundo durante la última década, desde que dejara la redacción del Diario Vasco y se lanzara a la aventura -siempre arriesgada, también a nivel profesional y financero- de establecerse como periodista free lance en el extranjero. La jugada no solo le ha salido bien sino que se ha convertido en una de las grandes voces, de referencia, del periodismo internacional en estos años en nuestro país. Interesante no solo para conocer cómo está todo en aquella parte del mundo sino también porque está lleno de reflexiones personales sobre sus dificultades y pensamientos vividos, sufridos y también disfrutados durante todo este lapso de tiempo.

Empieza con su aterrizaje para cubrir las consecuencias del terremoto de Bam en Irán y cómo no es fácil moverse en ningún país siguiendo las directrices marcadas, léase dirigiéndose siempre al ministerio correspondiente para conseguir la acreditación necesaria (dicho de paso, es la manera más recomendable a priori para que las cosas salgan correctamente y no haya demasiados problemas). En cualquier caso, a veces no es la mejor fórmula como parece que pudo ser en aquella ocasión. Además, los comienzos siempre son dificiles.

Plaza Tahrir del Cairo. Febrero de 2013 / Ignasi Robleda

De Irán y de aquella experiencia salta al Líbano, en 2006, al que le dedica bastante espacio e importancia en el libro, que define o recuerda que se conoce como la «Suiza de Oriente Medio» y repasa cifras como los más de 150.000 muertos durante el conflicto de «todos contra todos» que se extendió desde medidos de los setenta hasta los noventa. Habla de Hizbulá, creada por el Irán de Jomeini en 1982 como reacción a la ocupación israelí del sur de Líbano, entre reflexiones como que «los periodistas vamos a lugares de los que escapan los civiles». Se refiere al rebrote de violencia que se produjo durante aquellas fechas y que hizo que alguno de los testigos con los que habló describiera el escenario como «horrible»o «huele a muerto».

Bagdad, otro de los puntos calientes, fue el destino en 2008. Cinco años después de la guerra contra Estados Unidos, la describe como «una ciudad inhumana», donde los periodistas apenas pisan la calle por miedo al secuestro y donde más de 1 millón de  niños, según UNICEF, habían dejado de ir al colegio precisamente por el miedo a un «secuestro exprés». Habla de que para los periodistas Bagdad es «cara y peligrosa». Afganistán, a donde viajaría en mayo de 2010, no le iría muy a la zaga, con la mayoría de los corresponsales enclaustrados en Kabul y sin apenas posibilidades de poner un pie en territorio talibán. Ayestarán vivió la experiencia en esas zonas de la mano de tropas españolas y americanas. Uno de esos soldados, aseguraba: «A nosotros no nos quieren pero a los talibanes les tienen terror».  Entre una y otra pasa por Georgia y el enfrentamiento entre aquel país y Rusia por Osetia del Sur, coincidiendo aquel verano con la celebración de los Juegos Olimpicos en Pekín. De aquella experiencia recupera una pequeña anécdota: «Nunca ir al frente con chancletas». También el libro deja espacio para la distensión entre mucho dato, testimonio y seriedad (la que requieren estos temas).

De Afganistán salta a las «Primaveras árabes», que lo llevan primero a Túnez, después a Egipto, más tarde a Yemen y finalmente a Libia (con papel especial para Siria). En los cuatro casos, con la dimisión (o muerte en el caso de Gadafi) de sus respectivos presidentes ante alarmantes niveles de nepotismo y de corrupción que encendieron la revueltas ciudadanas y que tras muchos momentos de tensión consiguieron sus objetivos (aunque, como se demostró más tarde, con grados de éxito o satisfacción muy distintos y más que discutibles). Abottabad, en mayo de 2011, en Pakistán y  la «Operación Gerónimo» de los SEAL americanos que acabaron con la vida de Osama Bin Laden se cuela entre medio de este gran tour informativo que lo lleva por toda la zona y que le hará ir encadenando prácticamente un destino con otro.  A veces, hasta solapándose. De aquella operación, que como todas cubre sobre el terreno, recuerda la recompensa de 50 millones de dólares que había puesto Geogre Bush por su cabeza «vivo o muerto» o la edad por entonces del enemigo número uno de Estados Unidos, 54, cuando fue muerto y tras haber pasado por Sudán y Afganistán.

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Pakistán. Abbottabad. Casa de Bin Laden / Ignasi Robleda

La parte final del libro dedica mucho espacio a la parte de Siria, donde pese al recelo que pueda levantar entre alguno de sus colegas -como señala en el libro- por moverse por las zonas gubernamentales, hace un amplio compendio de todo lo sucedido y justifica su postura por las complicadas condiciones para los periodistas de trabajar en el otro lado. Recuerda, en este sentido, los secuestros de Javier Espinosa, Marc Marginedas o Ricardo García Vilanova y señala que lo más importante es «poder vivir para contarlo». Visita en Jordania el segundo campo de refugiados más grande del mundo en 2015, el de Zaatari, con más de 80.000 refugiados sirios, donde muchas de las personas con las que habla le reconocen que «venir al campo es la última opción, no es natural vivir aquí». Según Naciones Unidas aquel año ya había más de 6,6 millones de desplazados internos en Siria.

Acaba con un repaso a lo que ha supuesto la existencia del ‘Califato’, de Estado Islámico, en toda la región y que surgió en un principio como evolución de Al Qaeda en Irak, luchando inicialmente contra Estados Unidos y la comunidad chií y sus terribles consecuencias sobre muchos lugares como por ejemplo en Palmira. Y dedica el último capítulo a Jerusalén, donde vive y está instalado con su familia desde hace unos años. Abre estas últimas páginas con una pregunta que repetirá también al final: «¿Quién ha empezado la guerra?». Deja reflexioens suyas o de otros como: «Israel es una estrella más de la bandera de Estados Unidos». Buen libro, ameno, interesante, llena de datos, de testimonios recogidos sobre el terreno, de peripecias personales… Una buena manera de saber cómo está la situación en una región que asegura se está partiendo «en pedazos cada vez más pequeños».


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