El titular es toda una declaraciones de intenciones sobre la línea seguida y elegida en su momento por el cirujano y humanista Moisés Broggi en la entrevista que mantuvimos con él poco tiempo después que publicara su libro «Reflexiones de un viejo centenario» y que había estado sin publicarse hasta hacerlo en este primer número nuestro que verá la luz este comienzo de año. Broggi llegó hasta los 104 de edad y fue, sin duda, una figura relevante y destacada de Catalunya a lo largo de todo el pasado siglo. Vivió la Guerra Civil Española y las dos Guerras Mundiales, estuvo exiliado aunque consiguió labrarse una carrera reconocida y de éxito, recibió el Nobel de la Paz por su lucha contra la proliferación de armas nucleares y también fue distinguido con la Cruz de Sant Jordi, entre otros galardones.
En la conversación que tuvimos analizamos muchos de los temas contenidos en uno de sus libros -citado más arriba- y que son fruto de una larga y variada experiencia. De ahí que sus palabras adquieran importancia y significado para muchos de nosotros. Toda la entrevista, por supuesto, podrá leerse en nuestra edición en papel pero aquí, dejamos algunos de sus comentarios como anticipo de lo que podrá encontrarse en las páginas de ‘EV, entrevistas para lectores curiosos’. Este fragmento tiene relación con el título de este este texto que, en su globalidad, versa alrededor de los pensamientos de un gran personaje que ya hacia el final de su vida echa un vistazo atrás y comparte con nosotros sus conclusiones a partir de sus vivencias y sabiduría.
– ¿Cree que, en general, somos infelices?
No, creo que no pero hemos de vigilar con la codicia, con el afán por acumular cosas y con el miedo a perderlas. También con el odio y la envidia a quien tiene más. El consumismo es insostenible. Imagínese el día que cada ciudadano chino tenga un coche. Esto no tiene límite. Tenemos que aprender a conformarnos sólo con vivir.– Dentro de este apartado cita al francés François Rabelais, que dice: “La ciencia sin conciencia es la ruina del alma”.
Quiere decir que el desarrollo de la ciencia, de la técnica, sin conciencia, de forma egoísta, no tiene futuro. Las mejoras tienen que aplicarse para el bien común y no de uno mismo.– ¿Hoy, qué somos: más generosos o más egoístas?
Yo digo lo que debería ser, no lo que es. Después de la Segunda Guerra Mundial surgieron dos opciones: los totalitarismos por un lado y la sociedad de consumo por otro. Se acabó imponiendo esta segunda que está arruinando el mundo. Los totalitarismos, sobre todo en el caso de Rusia, ya se vio que fueron un desastre. En el plano teórico eran buenos pero no en su aplicación práctica. La gente pensaba que al suprimir la propiedad privada las cosas serían de todos pero no fue así. La propiedad pasó a manos de unos burócratas, funcionarios, y fue peor. Los que mandan deben ser conscientes que lo hacen por el bien de todos y no por el suyo propio.– En una dimensión todavía más profunda de la persona, afirma: “El hombre de hoy, con todos sus bienes materiales, no encuentra motivos que justifiquen la existencia”.
Cuando uno se hace mayor, se da cuenta de estas cosas. Se da cuenta que no somos nada, que todo es efímero. El motivo que justifica la existencia es el bien común, querer a los demás.
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