Como decía el escritor Josep Pla «Pals no merece una sino cien visitas». El pueblo, que no solo se limita a la parte del núcleo histórico sino que incluye también la parte de la playa y dels Masos de Pals, es una verdadera maravilla, con encanto, que se alza sobre el Mont-Aspre (en catalán) . Su nombre original, aunque cuenta con restos romanos, proviene del latín, de la palabra «palus» que significa «tierra de humedales». Lo cierto es que Pals se alza sobre un monte que domina una gran y amplia zona bastante llana, en parte dedicada sobre todo a arrozales y que en su momento fueron secados para el establecimiento de este poblado. Las vistas desde alguno de sus varios miradores son preciosas y mutan con cada estación cambiando de tonalidades en un festín para la vista. También con el paso de las horas ofreciendo fabulosas puestas de sol.
En nuestro caso, la visita a esta precioso pueblo de la Costa Brava catalana se produjo en un día gris, lluvioso. Un clima desapacible que no invitaba precisamente a disfrutar de la belleza de sus calles. Pals, por supuesto, nos los puso tan fácil que acabamos por sucumbir al encanto de las piedras que la conforman. Y como nosotros, suponemos y como era de esperar, muchos de los que allí nos encontramos durante la visita. Unos cuantos fuimos los que esa mañana de sábado coincidimos en nuestro propósito y nos acercamos a Pals para disfrutar durante un rato de sus sinuosas calles y de algunos de sus lugares más destacados. Algunos de ellos son la Iglesia de Sant Pere, la propia muralla del pueblo o alguna de sus torres. Sobre todo, la que se conoce como la de las Horas.
También destaca la Torre Mora, que desde el siglo XV ha sido un lugar muy frecuentado por gente de mar y hoy es un espacio familiar, amplio, que cuenta con mesas y bancos para disfrutar de las vistas sobre el horizonte y el mar al fondo (en un día claro se llegan a ver las Islas Medas). Además estrictamente del núcleo urbano, son interesantes toda una serie de masos que antiguamente eran fortificados y que hoy presentan cierto o bastante valor arquitectónico. Entre ellos, destacan el Mas Roig, la Torre Pedrissa, el Cap dels Anyells o el Mas Tafurer.
Los primeros documentos escritos sobre la existencia de Pals datan del siglo IX. O mejor dicho, los primeros datos sobre el castillo de Mont-Aspre datan de esa época (889 d.C.) en referencia a una donación del rey francés Odón I. La segunda, tampoco es muy tardía. Viajamos hasta el año 994 para encontrar nuevamente otra donación, en este caso de los condes de Barcelona Ramon Borrell y Ermesenda cediendo la Torre de Pals a la Iglesia de Sant Pere al obispo de Girona. Durante la revueltas campesinas del siglo XIV el castillo quedó en muy mal estado y las piedras fueron reaprovechadas para reconstruir la iglesia de Sant Pere y también las murallas de la villa. Solo se conservó la Torre Circular, hoy conocida como la Torre de las Horas y uno de los lugares más visitados del pueblo. En 1501 bajo reinado de Fernando el Católico adquirió categoría como municipio independiente con atribuciones y capacidad para imponer tributos.
Todo este conjunto histórico conformado por el castillo, la villa y las murallas (o lo que queda de algunos de ellos) es lo que en la actualidad y desde 1943 está considerado como Bien Cultural de Interés Nacional. En 1986 todos los trabajos y esfuerzos por mantener su esencia le mereció recibir la Medalla de Honor de Turismo de Catalunya, otorgada por la Generalitat. En este contexto, durante la visita se nos hace a veces difícil tener presente que no estamos ante ningún decorado cinematográfico ni recreación temática de tipo románico, gótico o barroco sino que en realidad se trata de una villa con vida propia con todos sus servicios, tiendas, bares u otros. En la actualidad, según datos oficiales del censo, cuenta con cerca de 2.500 habitantes (2.469, según aparece publicado).
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