Desde el siglo II d.C. la Basílica de la Natividad de Belén se ubica en el lugar donde se cree que nació Jesús. Y la gruta en particular señala el lugar concreto donde la tradición marca que se produjo el alumbramiento.
(A continuación reproducimos un extracto del artículo que publicamos en el número 09 de «EV» en el que repasamos la historia de esta Basílica).
» La construcción de la actual iglesia, como ya pasara con la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, fue obra del primer emperador romano de confesión cristiana, Constantino, con el reseñable apoyo e insistencia de su madre, Elena. La fecha que se da por válida para la construcción es el año 339 d.C. De aquel periodo apenas se conserva una pequeña parte descubierta en una excavación -ya entonces bajo dominio británico- en 1939 y que corresponde a un mosaico del suelo original, a un metro por debajo del actual, ricamente decorado y muy vistoso. El suelo general de la nave principal es de piedra y corresponde a la época de las Cruzadas. Es de apariencia bastante sencilla y como el resto de la iglesia recomienda su restauración. Aún así la mayoría de la actual basílica corresponde al siglo VI, reconstruida por Justiniano en época bizantina.

Durante su larga historia –se considera la iglesia cristiana en uso más antigua del mundo, con cerca de 1700 años de vida- ha pasado por momentos difíciles como la destrucción ocurrida durante la rebelión samaritana de 525 d.C. -y que exigió de la reconstrucción posterior- pero también de episodios casi milagrosos como que fuera respetada por los persas en el siglo VII –cuando no fue la norma con muchas otras iglesias y edificios cristianos de la región- al encontrarse con un mosaico que recreaba la llegada de los Tres Reyes Magos a Belén portando una indumentaria que les era muy familiar. Según la tradición, se cree que esa fue la razón por la que no la destruyeron.

Durante las Cruzadas se restauró la basílica notablemente aportando iconografía, mosaicos y pinturas a paredes y columnas para volver a caer en un periodo de dejadez y decrepitud bajo el dominio del imperio otomano, que se extendió desde 1580 hasta prácticamente el final de la Primera Guerra Mundial, aunque preservando el “Status Quo” que había otorgado la gestión de este espacio sagrado a las iglesias griega ortodoxa, armenia ortodoxa y católica (Orden de los Franciscanos). De hecho, dicho “Status Quo” se reforzó en el Tratado de Berlín de 1878, que estableció que se hicieran las cosas en el interior de la basílica “como se venían haciendo hasta entonces”. En otras palabras, que nada cambiara. Trasladado a la gestión cotidiana del centro, que cada una de las distintas confesiones siguiera encargándose de lo que venía haciendo hasta la fecha en ámbitos como la gestión de pasillos, el uso de armarios, la colocación y limpieza de tapices, etc. La modificación en alguna de esas costumbres y especialmente que una de las confesiones se encargara de la mejora de alguno de los ámbitos de la basílica, sobre todo mediante la aportación de financiación, podría comportar cambios en dicho reparto.

Esta forma de gestión, que alguno experto académico internacional ha tildado de “poco madura” se ha traducido en negociaciones eternas que han derivado en un estado muy mejorable del aspecto actual del complejo, que además de la Basílica de la Natividad cuenta con tres conventos (el armenio es del siglo XII y los otros dos, griego ortodoxo y franciscano, de entre los siglos XIX y XX), además del claustro de San Jerónimo y la iglesia de Santa Caterina de Alejandría.

Por su estado y después que la UNESCO alertara sobre el mismo en 2012, se acometieron algunas reformas al año siguiente, sobre todo del techo que era el que más urgentemente requería de intervenciones. El proyecto contó con cerca de 2,5 millones de euros aportados por la Autoridad Nacional Palestina, empresarios y donaciones particulares, además de fondos de países como Francia, Rusia, Hungría, El Vaticano y Grecia. También España, que según publicaba El País, aportó “100.000 euros” procedentes de la Obra Pía de Jerusalén, gestionada por el ministerio de Exteriores y la Conferencia Episcopal. El cónsul general entonces, Juan José Escobar, recordaba que la relación de España con la Basílica de la Natividad de Belén se remonta “al siglo XIV”.

Restauración urgente
Los trabajos, que se prolongaron durante un periodo de alrededor de nueve meses, eran imprescindibles tras los efectos causados por factores diversos como la falta de mantenimiento, la filtración de aguas en las paredes pero también por la contaminación de las pequeñas factorías cercanas a la ciudad, la presión ejercida por el crecimiento rodado en la zona, un aparcamiento inadecuado o el incremento del turismo y de visitantes. Estos fueron algunos de los motivos que expuso la UNESCO para aconsejar su restauración pero que no evitó que incluyera meses más tarde a la Basílica dentro de su lista de Patrimonio Universal de la Humanidad, así como una Ruta de Peregrinación -que se puede seguir por la propia ciudad de Belén y que recorre los pasos realizados por José y María durante su llegada a esta zona procedentes de Nazaret-.
El proyecto total de restauración, que debería ser integral, podría rondar unas necesidades financieras en torno a los 50 millones de euros. Un comité asesor adjunto al Gobierno palestino, también corresponsable de la gestión de todo este espacio que abarca una zona de 12.000 metros cuadrados, espera que se pueda ir concretando en un futuro cercano. A los factores causantes de la degradación de la actual Basílica también se atribuyeron los posibles desperfectos causados por un episodio ocurrido en 2002 y que llamó la atención internacional. Varios palestinos armados buscaron refugio en la Natividad y vivieron un asedio de 39 días por parte de las autoridades israelíes, que hicieron uso de botes de humo para reducirlos. (…)
(En un próximo artículo, publicaremos la segunda parte de este texto que salió en papel en el número 09 de la revista «EV, escapadas y viajes»).
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