Entrar, abrir la puerta, es casi un viaje en el tiempo. El Café Iruña de Pamplona, abierto inicialmente en vísperas de San Fermín en 1888, mantiene la esencia de aquella época, con un salón espectacular, clásico, lleno de lámparas, de grandes espejos, relieves de estuco… Tiene una atmósfera y ambiente que encandila y que no hace extraño que fuera uno de los favoritos del escritor norteamericano Ernest Hemingway en sus asiduas visitas a la capital navarra, coincidiendo con su fiesta principal durante las décadas de los años treinta hasta bien entrados los cincuenta.
Su emplazamiento también es privilegiado. En el corazón de Pamplona, este café se encuentra en la Plaza del Castillo, espacio abierto y muy agradable especialmente en cualquier día soleado del año a excepción especialmente del invierno o en jornadas de lluvia y frío, que no son raras en esta parte del norte de España (abundante en precipitaciones y de clima destemplado). Aún así, si el tiempo acompaña -como es fecuente en verano cuando las temperaturas tampoco son particularmente exageradas-, es francamente apetecible sentarse en una de sus terrazas a tomarse unos pinchos con la bebida que se quiera y disfrutar tranquilamente de ese rato en un bonito entorno. Es por ello que no es solo uno de los lugares favoritos de los visitantes sino también de los propios vecinos.
En un espacio contiguo al Café se encuentra el que se conoce como «Rincón de Hemingway», lleno de fotografías de la época y con una escultura en bronce a tamaño real del escritor. Recrea u homenajea al narrador americano, ganador del Nobel y un Pullitzer, autor de obras de referencia como «La fiesta» (ambientada o en la que aparecen los sanfermines y que dio a conocer a nivel mundial las fiestas más populares de Pamplona), «El viejo y el mar» o «Por quién doblan las campanas». La importancia que desde este establecimiento se da al escritor es evidente solo entrando en su página web, en la que incluso reproducen una cita de Hemingway y que dice: «La gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre». Imaginamos, que en sintonía con el ambiente de este local y también con el ambiente que se vive y respira en la ciudad cada año durante las primera semanas de julio.
El Café Iruña fue en su momento el primer local en tener luz eléctrica, otro motivo que lo hace diferente o de referencia en la capital navarra. Por lo que se refiere a nuestra visita, nos inclinamos por comer el menú y para sorpresa nuestra el precio era bastante o muy razonable. El producto -mucho de la tierra- bueno y el servicio, también. Como anécdota, comimos acompañados -en otras mesas- de algunas monjas y también curas poniendo de manifiesto la heterogeneidad de este establecimiento, elegido por todos indistintamente de cualquier tipo de otra disquisición.
Después es también muy recomendable darse una vuelta por la zona, el centro y casco histórico de la ciudad, siguiendo parte del recorrido que realizan los toros durante los encierros o acercarse hasta el edificio del Ayuntamiento desde donde se lanza el chupinazo que da comienzo a las fiestas. Por supuesto, también, vale la pena toda la parte de la muralla, una de las mejor conservadas de todo el país.
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