Ha vivido una remodelación en las últimas décadas que lo ha convertido en una toda una referencia de Barcelona, no solo entre los mercados sino de rehabilitación arquitectónica y del espacio urbano, obra del despacho EMBT (Enric Miralles Benedetta Tagliabue). Destaca especialmente y es por ello muy conocido, su cubierta de mosaicos, de estilo gaudiniano, ondulante e inspirada en los colores propios de las paradas de fruta y verduras que caracterizaron y caracterizan este interesante espacio de comercio y vecinal como es el Mercado de Santa Caterina. Según se desprende de su historia, fue el primer mercado cubierto de la ciudad, inaugurado tras cuatro años de obras en 1848.
Su importancia fue por entonces tal que incluso superó la del mercat de Sant Josep de la Boquería (el de las Ramblas y hoy gran foco de atracción turística), así como otros espacios mercantiles de gran tradición en la capital catalana como la Plaça del Born. Se construyó tras un real decretó que cedía los terrenos -antes clericales- al Ayuntamiento. Antes, incluso los monjes tenían un pozo (que desapareció) al que se le atribuían poderes curativos milagrosos, especialmente contra las fiebres palúdicas. Para evitar la contaminación, cada vez se usaba un botijo distinto y eso llevó a que también albergara una feria dedicada a esa artesanía.
Durante la posguerra desarrolló un papel muy importante tanto dentro del popio barrio como para poblaciones cercanas como Santa Coloma de Gramanet, Sant Adrià o Badalona. Llegaban hasta su destino mediante tramvías que recorrían las calles de Sant Pere y Trafalgar. Hoy, de aquello queda poco si bien la remodelación conservó la fachada porticada principal y las paredes laterales. Se hicieron nuevas la fachada sur y la cubierta. El interior, precioso, destaca por el uso de materiales clásicos com la madera o el vidrio. Durante nuestra visita, lleno de gente, descubrimos un espacio muy bien presentado, un festín de colores y sabores que todavía -esa es la impresión que nos hizo- conserva el aire tradicional y cercano a la gente de los mercados de siempre.
La oferta de productos es mucha y variada y el trato, muy bueno, amable y preciso. Si entre parada y parada, quesos, pescados, fruta o lo que sea se quiere hacer un descanso, también cuenta con alguna zona donde tomar algo y disfrutar a otro ritmo de este interesante e histórico espacio de Barcelona, muy céntrico y cercano a muchos de los lugares más característicos de la ciudad.
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