No todo son malas noticias para los pueblos. O por lo menos, no tanto como podría esperarse. En el caso de este pueblo del valle navarro de Salazar, en el Pirineo, las cosas de cara al futuro pintan algo mejor que unos años atrás. Las casas rurales -Izal cuenta con tres- han retornado en parte algo de la vida y la actividad al pueblo, trayendo consigo ilusión y esperanza ante tanta despoblación y España vacía (que la hay y preocupa). En el caso de Izal, a cuatro kilómetros en un desvío en la carretera que lleva a Isaba, pasado Uscarrés y también Gallués, el panorama este verano era muy distinto al visto apenas unos años atrás. Entonces, el escenario era bastante más triste y poco estimulante. Este julio, en cambio, varias familias, niños y niñas, adolescentes también, de varias edades, en bicicleta o corriendo detrás de una pelota, disfrutaban de este bonito rincón rural de montaña.
Posiblemente el covid-19, la pandemia, la preocupación ante los rebrotes, las limitaciones a la movilidad y a viajar hayan tenido también algo que ver -o mucho- para que mucha gente, para sus vacaciones, se haya inclinado por destinos más tranquilos, alejados de las grandes concentraciones. Y haya dejado para tiempos mejores, coger un tren o un avión para visitar lugares lejanos y siempre también muy interesantes. En el caso de Izal, destaca sobre todo por su iglesia del siglo XIII, de estilo a medio camino entre el románico y el gótico, dedicada a San Vicente Mártir. También, por tener el único hórreo (antigua construcción para almacenar alimentos) del valle. El primer domingo de junio, vecinos de esta población, junto a los de Gallués, Uscarrés, Iciz, Igal, Güesa y Ripalda celebran una romería hasta la ermita de Nuestra Señora de Arburrua.
De hecho, dicha ermita marca el final de una de las caminatas próximas a Izal más recomendadas, relativamente sencilla y sin demasiado desnivel (de apenas varios centenares de metros). El sendero empieza a unos 500 metros antes de llegar al pueblo y consta, más o menos, de unos tres kilómetros de subida, sin grandes esfuerzos, hasta llegar a ella en lo alto de la cima del mismo nombre y a una altura aproximada algo por encima de los mil metros (1037 la cima, 1028 la ermita).
Ilsuionante, por lo tanto, es ver un pueblo que poco a poco va recuperando actividad y que casas en estado de abandono van perdiendo protagonismo, si bien todavía hay algunas -probablemente como advertencia de lo que puede pasar si no se toman las medidas necesarias para que estos bellos parajes, en medio de la naturaleza, recuperen vecinos, futuro y vitalidad-. Para ello, además de casas rurales y establecimientos dirigidos al turismo -hoy por hoy, parece, que los más aconsejables-, también se necesitan servicios y facilidades que animen a la gente a instalarse en estos lugares, escondidos, tranquilos y preciosos. //
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