Capital de la Conca de Barberà, es una de esas pocas ciudades que está amurallada y que hoy por hoy sigue contando con un núcleo urbano activo dentro del perímetro que conforman los cerca de 1,5 kilómetros de sus altas paredes. Cuenta con una treintena de torres, siendo cuatro probablemente algunas de las más destacadas. Éstas se ubican coincidiendo con los puntos cardinales. Una de ellas, la Torre de Sant Jordi, es la más conocida. Cuenta la leyenda que fue allí donde cayó muerto el dragón a manos del valiente caballero que salvó a la hija del rey. De hecho, puede leerse la historia en un panel que la explica. Fuera, en una de las barandillas, puede observarse como ésta dibuja la cara de un dragón en uno de sus extremos.
Montblanc hoy, según podemos leer, vive en buena medida del turismo pero, como es lógico, no siempre fue así y guarda una historia muy rica, llena de periodos potentes en los que incluso llegó a ser la séptima ciudad de Catalunya pero que contrastan con otros largos de despoblación y pérdida aguda de actividad y trascendencia.
Los primeros asentamientos fueron íberos, con presencia romana entre los siglos II aC y II dC. Después, hasta el final de la Reconquista, prácticamente desapareció del mapa hasta recibir del rey Ramon Berenguer ‘carta de puebla’. Entonces se llamaba Dosrius, por encontrarse entre los ríos Francolí y Anguera.
Al recibir dicho privilegio pasó a llamarse Vilafranca, por su trato especial que la llevó por ejemplo a estar exenta del pago de impuestos. Su ubicación la hacía adecuada para contar como plaza fuerte entre Tarragona y Lleida. El rey Alfonso I se movió en esa misma dirección y exhortó a su alcalde, Pere Berenguer, a trasladar la población a un punto más alto, aunque carente de vegetación (de ahí el nombre de «Montblanc»).
Su posición, sobre dicho promontorio la hacía más fácil de defender y, por lo tanto, estratégicamente mejor. En la actualidad, aquel montículo primigenio de la actual Montblanc es el Llano de Santa Clara, donde hoy por hoy se encuentran restos íberos y romanos.
Montblanc vivió sus mejores momentos durante el siglo XIV. Llegó incluso a albergar la celebración de cortes catalanas en cuatro ocasiones. Dos de ellas, en los años 1307 y 1370 en la iglesia de Sant Miquel, que también actuó como sede del parlamento catalán durante el interregno. Sant Miquel se había construído en el siglo XIII, es de fachada románica e interior gótico y queda muy cerca del barrio judío. Precisamente éste es otro de los puntos interesantes de visitar, ya que en su época de mayor apogeo tenía tres puertas de acceso, comercios, sinagoga y cementerio extramuros. Llegó a contar con unas sesenta familias, que acabaron por huir y/o marchar tras las regulares persecuciones, saqueos y acoso infligidas por la Inquisición. Muchas emigraron hacia Menorca.
Otro de los edificios religiosos muy interesantes y gran sorpresa es la iglesia de Santa María la Mayor. Se construyó donde antes había una iglesia románica, en uno de los puntos más altos de la ciudad. Inicialmente de estilo gótico, fue destruida durante la Guerra dels Segadors y posteriormente reconstruida en estilo barroco. Su fachada e interior son recargados, pero de bella de factura. Montblanc, en general, es una ciudad pequeña (tiene 7.284 habitantes) pero con muchas cosas por ver. La Plaza Mayor, el Museo del Belén y, también, el Pont Vell (se cree que originariamente fue romano, aunque el actual data del siglo XII) añaden más atractivos a una visita interesante.
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