Día gris, fresco, de finales de septiembre, para llegar a uno de los grandes destinos de Asturias: Gijón. Una de sus ciudades con más nombre y prestigio, sinónimo desde antaño de olor y sabor a mar, fábricas y astilleros pero que desde un tiempo para aquí ha virado el rumbo para adaptarse a los nuevos tiempos que marcan el turismo y los servicios casi como la mejor o única tabla de salvación; deslocalizada buena parte de la producción a otras latitudes más competitivas (la pandemia habrá que ver si también da un giro a una tendencia que ya parecía imparable).

Aparcar el coche, con hambre, superada ya la hora de comer y con nada o poco en el estómago desde la hora de almorzar y que se satisfizo con un manjar para pasar el trago. En cualquier caso si el hambre pedía paso, más lo hacía las ganas y la curiosidad por descubrir las calles y rincones de una urbe con mucha tradición. 5.000 años de historia leemos que tiene, con paso de los romanos y papel destacada en época medieval en la ruta peregrina del Norte que llevaba hasta Santiago de Compostela. De aquello dan buena muestra una decena de iglesis. Entonces el núcleo se encontraba en la zona de Cimavilla, en lo alto del cerro de Santa Catalina y barrio pesquero por tradición, que vería como a partir de la segunda mitad el siglo XVI crecerían sus calles y límites hacia al sur. En esa zona, una de las más destacadas de Gijón hay que visitar la Casa Museo de Jovellanos, uno de los más ilustres ciudadanos de la ciudad, jurista, dramaturgo y poeta. Sobran las presentaciones.

Desde allí, también, muy interesantes y potentes, espectaculares, las vistas sobre la playa de San Lorenzo, de unos tres kilómetros de largo, lugar clásico de bañistas y localización idónea entre las playas urbanas para la introducción a la práctica del surf. También en aquella parte, en uno de sus puntos más altos, llama la atención la escultura de hormigón del célebre artista Chillida, «Elogio del Horizonte», instalada en 1990 y que «abraza al mar».
Bajando es fácil encontrar la plaza del Ayuntamiento y también muy cerca la Plaza del Marqués, con papel remarcable para el Palacio Revillagigedo, muestra de la arquitectura erigida por la nobleza asturiana durante el paso de los siglos que imita el estilo medieval pero que en realidad es barroco. Es imponente, francamente.

No muy lejos vale también la pena darse una vuelta por el Puerto Deportivo y por la Playa de Poniente. Esta última recuperada durante los años 90 y de una extensión aproxiamda de unos 500 metros de longitud. Desde lo alto de Cimavilla, a lo lejos y por detrás de esta playa se atisba a intuir dónde podrían haberse localizado no hace tanto tiempo as fábricas y astilleros que conviertieron a Gijón desde la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX en centro industrial de Asturias. Hoy todo aquello ha ido a menos y buena parte de la actividad ha virado hacia el turismo y los servicios. Durante nuestra visita, en temporada baja, muchas de las sidrerías y locales gastronómicos característicos estaban cerraodos por vacaciones.
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