Es el gran emblema de la capital danesa, instalada a comienzos del siglo XX (1913) e inspirada en la obra de uno de los escritores de literatura infantil más conocidos de todos los tiempos como fue Hans Christian Andersen (Odense, 2 de abril de 1805). La escultura corresponde al personaje de «La sirenita», en bronce y obra del artista Edvard Eriksen, que se instaló en el paseo costero de Langelinie, en la bahía del puerto de Copenhaguen. Y que fue encargada por uno de los hijos del fundador de la cervecera Carlsberg en homenaje a una destacada bailarina de la compañía real del balet de la capital danesa. En este tiempo ha vivido episodiso vandálicos de diversa índole y gravedad. Uno de los peores se produjo en 1964 cuando fue cortada y robada. La cabeza original nunca se recuperó, obligando a fundir y crear una nueva, que volvió a ser decapitada años más tarde, en 1998, aunque esta vez sí se pudo recuperar. Además de estos dos graves ataques, también vivió un tercero en 2003 cuando con explosivos y ayudados de palancas se lanzó al mar. En un sentido algo más simpático, en 2006 apareció portando un juguete sexual. Y en el apartado más reivindicativo, también ha sido protagonista de manifestaciones contra la pesca en 2017 o 2020.
Esta escultura, que es uno de los lugares más visitados de Copenhaguen, recupera uno de los grandes personajes creados por el que es uno de los escritores de literatura infantil más reconocido y popular de siempre, autor de obras como «El patito feo», «La princesa y el guisante», «El traje nuevo del emperador», «La pequeña cerillera» o «El soldadito de plomo». De familia humilde -el padre era zapatero y amante de los libros y la madre lavandera (leemos en un artículo que también pasó por «la mendicidad en la calle»)-, a los once años perdió al padre, que murió, y tuvo que dejar los estudios para ponerse a trabajar. Nacido en Odense, en la adolescencia quiso probar como actor en Copenhaguen, con pequeños papeles y escaso éxito. De todos modos, ya por entonces escribía poesia y piezas para teatro que le granjearon amistades y codearse entre la intelectualidad de la época, que desembocaría en una beca para acabar los estudios en el instituto e incluso ir a la universidad.

Previo a las decenas de cuentos que escribiría y que cosecharon gran éxito y reconocimiento, también escribió literatura de viajes fruto de largas experiencias, como la que le llevó a estar un tiempo en el Reino Unido -donde conoció a Charles Dickens y, dicen, fue influenciado por el realismo de éste, que mezclaría también con grandes dosis de fantasía-. O a España, donde realizó un amplio periplo con paso por Barcelona, Madrid, Murcia, Andalucía o Santiago, entre otros destinos.
Algunos de sus primeros cuentos, en la década de 1830, se intuye que contaban con ciertas partes -como también en otras muchas de sus obras- autobiográficas. Hans Christian Andersen se describe como una persona «desgarbada, de largas piernas brazos, gran nariz y pies y no particularmente agraciado», que nunca se casó ni tuvo hijos. No consiguió ver correspondido su amor ni entre mujeres ni tampoco hombres y no se le conoció relación estable. Hay quien habla de una supuesta homosexualidad no reconocida, ya que se ensalza cierto amaneramiento que llevó a muchas mujeres a desarrollar afecto de tipo fraternal hacia él. Andersen murió en Copenhaguen el 4 de agosto de 1875, después de padecer un cáncer de hígado. Su obra, a la luz de la que fue su vida, adquiere de este modo otros tintes y permite una aproximación más profunda. De hecho, ya por entonces sus cuentos no solo tuvieron éxito entre los pequeños sino también entre el público adulto. Mezclaba realismo, fantasía, bebía de la mitología, de la cotidianidad, dotaba de vida a objetos… pero, sobre todo hablaba de sentimientos humanos.
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