Cuesta de creer que en una región mayoritariamente verde, lluviosa, de montaña, hayas o robles como es en general Navarra pueda existir un pequeño rincón que compita e incluso supere a playas paradisíacas en lo que a aguas turquesas y cristalinas se refiere. Pero la realidad es que es así, como se puede descubrir en este precioso y bello paraje, catalogado como «reserva natural» y que queda al lado del pueblo de Boquedano y a un a media hora en coche, aproximadamente, de Estella.
Eso sí, nada de presentarse -es una recomendación nuestra y de sus gestores- allí sin tomar unas mínimas medidas, ya que al tratarse de un ecosiatema delicado, el límite de coches por día es de un tope de unos 500 vehículos y hay que reservar a través de la preceptiva web (fácil de encontrar en Internet). Nosotros lo hicimos con poca antelación, si bien nuestra visita fue entre semana y en temporada más o menos baja (recomendable, por lo tanto, hacerlo con algo de tiempo). En el mismo pueblo, a las afueras, se localiza el aparcamiento, al que se accede mediante lectura digital del ticket. También hay una caseta de información, al costado del acceso principal, para cualquier gestión que pueda surgir.

Dejado el coche en su lugar (léase, plaza), el camino discurre brevemente por Boquedano, para iniciar al cabo de unos pocos cientos de metros el camino ya de montaña. Al inicio, hay que coger en una bifurcación el sendero de la izquierda que avanza próximo al río y permite disfrutar de bellas estampas sobre pozas y pequeñas cascadas de aguas sutiles y que recoge procedentes del Parque Natural de Urbasa-Andía. El recorrido es de unos seis kilómetros, con un desnivel de apenas unos noventa metros y un trazado relativamente circular, si bien empieza y acaba por el mismo punto y la vuelta se hace por un sendero que discurre unas decenas de metros a la derecha del trayecto de ida (que a nuestro entender, es el más atractivo; el primero, claro).
En otoño es probablemente la mejor época para ir, cuando mayor contraste hay entre los matices turquesas y cristalinos de sus aguas y los tonos ocres característicos de la naturaleza propia de esta parte de Navarra, dominada por hayas, robles, fresnos, sauces y olmos. Todo el recorrido es apto para todos los públicos. De hecho, durante nuestra visita llevamos en muchos momentos varias familias delante, con niños y en grupos relativamente numerosos. Eso sí, según leemos y por las propias características del espacio, están prohibidas la acampada y tampoco hacer fuego o, como es lógico, bañarse.

Todo el recorrido, a paso tranquilo y con sus respectivas pausas y paradas para tomar fotografías, se puede hacer en unas dos a tres horas, más o menos. En el pueblo, ya de vuelta, hay algún bar o restaurante donde realizar -si se quiere- un pequeño descanso para revisar las imágenes tomadas o, mejor, para dejarse llevar libremente por las bonitas sensaciones experimentadas ante el espectáculo natural vivido. Por cierto, la parte final, la que da al Nacedero, en el momento de nuestra visita, estaba cerrado por criterios medioambientales y puede que se trate de una medida a medio plazo. Incluso en este supuesto, la experiencia es preciosa.
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