El barrio judío de Praga fue en su momento y durante varios siglos uno de los más importantes de Europa. Durante el siglo XIX y comienzos del XX, así como también como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, sufrió un deterioro muy significativo que lo redujo notablemente respecto a lo que en su momento llegó a ser. En cualquier caso esconde o guarda una historia, como la de muchos barrios judíos europeos, compleja, de resistencia pero también de lucha. En nuestro próximo monográfico (en formato libro fotográfico) repasamos algunas de sus principales características.
(A continuación reproducimos un extracto del artículo que podrá leerse íntegramente en la versión en papel, que saldrá a la venta a comienzos de este enero y que podrá comprarse a través de esta web).
Situado bastante cerca del centro o de la Plaza del Viejo Ayuntamiento, a apenas unos cinco minutos a pie, Josefov o el Barrio Judío se caracterizó desde sus comienzos en el siglo XII y como en muchas juderías de Europa por su escaso tamaño. Unas dimensiones exiguas e insuficientes para el conjunto de sus vecinos que llevó al hacinamiento en casas de madera con las consiguientes desgracias, incendios pero también matanzas que en Praga se produjeron con especial virulencia en los años 1338, 1516 y 1754. Tal fue su costumbre a las llamas que incluso llegaron a actuar y salir de su barrio, amurallado durante muy buena parte de su historia, para actuar en barrios cristianos. Eso sí, tenían que hacerlo, según leemos, identificados con un gorro amarillo u otro distintivo. Las cosas empezaron a cambiar especialmente bajo el reinado de José II, a finales del siglo XVIII.

En 1850 la Ciudad Hebrea entró a formar parte de la administración de Praga como su quinto barrio, conocido como Josefov o Josefstadt en alemán, como homenaje precisamente a José II que fue quien relajó las duras condiciones discriminatorias hacia la comunidad judía. A finales del siglo XIX buena parte del barrio, uno de los más importantes de Europa, fue ‘saneado’, un término usado eufemísticamente que significó el derribo de buena parte de las casas del barrio –muchas de estilo barroco-, que fueron sustituidas por bloques en una planificación urbanística más racionalizada. Ya en el siglo XIX las murallas habían desaparecido, inicialmente sustituidas por alambres metálicos pero que permitían la salida de judíos para vivir en otras zonas, como pasó con muchas familias de comerciantes, burguesas o que encontraron acomodo en la administración imperial (…)
(Podrá leerse el artículo íntegramente en la versión en papel. En esta web, también publicaremos un segundo extracto)
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