Desde 1999 Baux de Provence, a unos veinte kilómetros de Avignon, camino de Marsella y en el parque natural de Les Alpilles, está considerado oficilamente como «uno de los pueblos más bonitos de Francia». Las tareas de restauración y recuperación de este este pueblo por parte del Ministerio de Cultura, en cualquier caso, se remontan a 1966. Y no es de extrañar que haya llamado tanto la atención a lo largo de la historia. Se trata de uno de los destinos turísticos en esta región más demandados y visitado. Sus placitas, callejuelas, terrazas, ciudadela medieval, castillo o iglesia principal tienen un encanto muy especial. Para nosotros, que no lo conocíamos demasiado y habíamos leído más bien poco, fue una preciosa y muy agradable sorpresa.
Antes, aquel mediodía, todavía nos encontrábamos en Avignon. Habíamos visitado los lugares más destacados de dicha ciudad francesa, estábamos comiendo y teníamos todavía la tarde por delante. Aún así, el tiempo apretaba. Apretaba por el frío -considerable este pasado mes de diciembre- y apretaba porque apenas nos quedaban algo más de un par de horas de sol. Dudamos pero finalmente nos inclinamos por hacer la visita, fuera lo que fuera lo que nos esperaba en Baux de Provence. La sorpresa fue mayúscula. Ya desde abajo, al aparcar el coche, se anticipaba que el pueblo se las traía.
Sin saberlo estábamos visitando uno de los pueblos de la Provenza con más encanto. En lo alto de una colina y dominando una zona de pieda calcárea, pinares y antigua cantera (que funcionó hasta el pasado siglo), destaca en el ascenso a pie por unas empinadas escaleras una gran cruz de hierro, que recuerda el pasado cristiano de este pueblo (en época medieval desarrolló un papel muy significativo en la región bajo el linaje de la familia Baux, que progresivamente se fue integrando dentro del reino francés).
Las vistas, en nuestro caso, ya anocheciendo y con el cielo teñido de amarillo, rojo y el azul que se iba desvaneciendo eran de cuento. También nos recordaban que teníamos pocos minutos antes de que sus calles quedaran engullidas por la oscuridad (solo tamizada por la luza de las farolas) y que muchas de las tiendas cerraran (muchas lo hicieron sobre las seis de la tarde ese día de invierno). Nos movíamos por intuición sin mucha idea de qué ver. Por suerte, al ser un pueblo bastante pequeño, dimos con algunos de sus lugares más emblemáticos. Uno de ellos fue la iglesia de Sain Vincent, que durante esos días estaba engalanada de luces propias de la Navidad y que venía precedida por una pequeña tienda de souvenirs original y entrañable.
Cerca, y dentro de una gruta, un equipamiento público ofrecía actividades para los más pequeños. Fuera, un pequeño establo ocupado por ovejas parecía fuera de contexto, aunque probablemente estubiera donde tenía que estar y éramos más bien nosotros los ignorantes. Seguimos con entusiasmo la visita. No pudimos ver su castillo (que en algunas guías solo recomiendan para los más aficionados a la historia medieval). Tampoco, por fechas, pudimos disfrutar de uno de los espectáculos sobre los que hemos leído y que seguro que es curioso. En temporada alta y previo pago se puede asistir al uso y manejo de una antigua catapulta de siete toneladas de peso, 16 metros de alto, que tenía que ser manipulada por 60 personas y que era capaz de lanzar piedras de 50 a 100 kilos de peso a una distancia de 200 metros. El espectáculo bélico se complementa con el uso de un gran ariete con planchas de madera.
Para nosotros el espectáculo se redujo a sus muchas tiendas, hoteles y cafés. Algunos, como ya hemos comentado, con mucho encanto. Lavanda, jabones, cerámicas, lino, pinturas… son caracaterísticas de esta zona si bien en el caso de este pueblo, dada su naturaleza turística, hay que ir con cierta prudencia a la hora de comprar. Lo que nadie nos quitó, en cualquier caso, fue una agradable y caliente taza de chocolate en uno de sus restaurantes mientras fuera el frío cada vez era mayor y la noche caía progresivamente sobre este maravilloso pueblo. Por cierto, para los que lo quieran visitar se recomienda no hacerlo en julio y agosto y tampoco en fines de semana. Se entiende que por el exceso de gente por aquellas fechas. //
También te pueden interesar:
Nimes cuenta con el anfiteatro romano mejor conservado del Mundo Antiguo
El Pont du Gard, un acueducto romano imponente de casi 2.000 años de historia
0 comments on “Baux de Provence, oficialmente «uno de los pueblos más bonitos de Francia»”