Visitamos Carcassone y su extraordinaria ciudadela medieval. Y documentándonos para preparar el artículo tras nuestro viaje nos dimos de bruces con una historia interesante, curiosa y épica a partes iguales que desde la propia ciudad promueven, que fechan en época medieval y que extrañamente se sitúa en las pocas décadas del siglo VIII que la ciudadela de Carcassone fue ocupada y dominada por los sarracenos. De hecho, estos llegaron en el año 725 y fueron expulsados en 759 por el rey de los francos, Pipino «el Breve».
Pero vamos a la historia o la leyenda. Cuenta ésta que durante el asedio de Carlomagno a la ciudadela y después ya de cinco años, llevándose en este tiempo la vida por delante del rey musulmán Ballak, emergió una gran figura determinante para el desenlace de dicho episodio trágico y doloroso. Le sucedió su mujer, Carcás, que se multiplicó para hacer ver a sus atacantes que la moral y el número de soldados defensores no disminuía pese al paso del tiempo. Se inventó muñecos de paja y lanzaba con la ballesta flechas desde muchos puntos de las murallas para dar a entender que contaba con hombres suficientes. La realidad, no obstante, según leemos es que Carcassone estaba cerca de capitular. La comida escaseaba y la situación era límite y dramática. Faltaban defensores y faltaba comida. Fue entonces cuando según dicha leyenda y apenas quedándoles un cerdo y muy poco trigo, se le ocurrió a Carcás una jugada maestra. Decidió con este último remanente de nutrientes, cebar al cerdo de cereales y lanzarlo desde las murallas. Jugada atrevida y desesperada. Se jugó el todo por el todo. Al caer sobre el suelo, el cerdo reventó expulsando de sus tripas toda la comida que contenía.
Fue entonces, ante este gesto y cansado de un asedio que se extendía desde hacía ya muchos años, que Carlomagno interpretó que muy mal no podía estar la población si hasta los animales estaban tan gordos y llenos. Decidió desmontar el campamento y retirarse. Carcás hizo entonces sonar las trompetas («Carcas sonne» -Carcas suena-) para reclamar la atención del emperador, recibirlo y jurarle fidelidad. Sea o no cierta, se trata de una leyenda que pone de manifiesto la capacidad, el ingenio de las personas especialmente en situaciones desesperadas y sin demasiadas salidas. Hoy, un busto, en la puerta este de la Ciudadela, conocida como de «Narbona», recuerda aquella mujer, la «Dama Carcás» y aquella extraordinaria jugada maestra.
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