Barcelona, como muchos otros puntos del país (Madrid, también como otro de los más destacados), sigue sin pasar a la fase 1 de la desescalada. Se mantiene en la cero, todavía con unas cifras de contagios que no recomiendan el cambio. Coincidencia, en este sentido, entre el criterio del ministerio y los responsables regionales de Sanidad que han considerado inadecuado o precipitado el salto a la siguiente fase. La población, en cualquier caso, también partidaria de la prudencia, hoy por hoy tampoco presiona por dar los pasos si las circunstancias no lo recomiendan.
Sea como fuere, la semana pasada sí se adoptó alguna modificación, como por ejemplo la posibilidad de acceder al mar en las playas en unos horarios muy concretos y también con unas finalidades estrictamente deportivas, ya sea para nadar, hacer surf o para cualquier otra modalidad acuática. Se habilitaron toda una serie de accesos controlados por la policía a lo largo de los varios kilómetros de playas de la capital catalana. De hecho, de camino hacia allí, nos dimos con varias personas portando sus tablas, una vez finalizadas sus sesiones pertinentes, haciendo equilibrios sobre bicicletas. Alivio suave de las restricciones, muy agradecido por unos y a la espera para muchos otros, ávidos de ir dando pasos hacia esa supuesta ‘nueva normalidad’ donde no está claro si se podrá o no estar en la arena disfrutando de una cosa tan sencilla, diminuta y agradable como tomar el sol. Con la primavera avanzada, el verano está a la vuelta de la esquina.
Cerca del Hotel Vela, obra que ya forma parte del horizonte de la ciudad -polémico en su momento pero bien aceptado poco más tarde y elemento icónico de la Barcelona actual-, decenas de personas practiban deporte. Y no solo corriendo o caminando. Chicos y chicas, muy en forma, aprovechaban ese rato para entrenar haciendo equilibrios sobre brazos y pies solo al alcance de unos pocos. Algunos conseguían y dibujaban con sus cuerpos formas exigentes y bellas. Horas de práctica. Precioso dominio.
También en esa misma parte, mientras algunos inmortalizaban el caer de la luz sobre la ciudad con sus teléfonos, un par de chicas hablaban por el celular, otra parecía extasiada ante esa gran explosión de personas y, detrás, una pareja, con las mascarillas, asistía -parece que más o menos satisfecha- a esa gran demostración de convivencia caracterizada por las ansias, deseos de disfrutar del aire libre. Por cierto, sobre la arena, todavía pese a las semanas ya transcurridas, pruebas de los destrozos causados por la tormenta Gloria el pasado mes de enero.
El Estado de Alarma decretado a mediados de marzo trastocó todos los calendarios y todavía hoy las playas están lejos del aspecto normal y necesario, habitual, de cada año. Concatenación de sucesos, ambos de índole natural, que en el caso de Barcelona han hecho que este año sea muy extraño; peor, sin duda. El primero pudo ser fruto del tan temido y creciente cambio climático. El segundo también tiene en el hombre y su enorme proliferación demográfica, junto con la revolución de los medios de comunicación y transporte que ha hecho del mundo un lugar pequeño reduciendo distancias y tiempos, agente perfecto de transmisión de un virus, motivo de esta pandemia. Mientras todo pasa, seguimos soñando con recuperar cosas simples, sencillas: una terraza en la calle, una salida a la montaña, las risas de los amigos, planes de futuro… //
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