Situada en la parte oriental de la capital lusa, Belém es la zona más bonita de Lisboa (o por lo menos es la impresión que nos causó). Concentra dos espacios considerados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, como son el Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belém, y otros monumentos interesantes como el «Padrao a los Descubridores» o museos como el marítimo o la Fundación Berardo.
(A continuación reproducimos un extracto del artículo publicado en el número 08 de «EV»).
» No está lejos del centro, se llega en unos 30 minutos de tranvía y permite la posibilidad de degustar sus famosos «pastéis» (crujientes, rellenos de crema y deliciosos). Ofrece, por lo tanto, una combinación de lugares atractiva e interesante que retrotrae mucho a la época dorada de Portugal durante los siglos XV y XVI cuando exploradores como Vasco de Gama descubrieron nuevas rutas que conectaban con India, China o sudamérica (con Brasil, sobre todo). También establecieron enclaves en África occidental. Todo, desgraciadamente, con su lado más oscuro como fue la esclavitud, desarrollada no solo por Portugal sinó también por Inglaterra o Las Provincias Unidas de forma masiva.

Verdaderamente espectacular, uno de sus muros se extiende, de piedra gris, por uno de los laterales del monasterio y colindante a la Iglesia de Santa María de Belém, construida cuarenta años antes que el monasterio por obra del rey Dom Manuel I para la orden del mismo nombre. La iglesia inicialmente se construyó para dar servicio a la ingente cantidad de personas, sobre todo marineros, que llegaban y partían de esta zona, por entonces de gran actividad mercantil. De ahí la relación de toda esta parte de Lisboa con la época de los Descubrimientos y que también se quiso reflejar muchos siglos más tarde con la ubicación del “Padrao a los Descubrimientos”, en 1960.

Volviendo al Monasterio e iglesia representan un extraordinario ejemplo de arte manuelino, un estilo muy propio portugués que debe su nombre al monarca que por entonces (s. XVI) estaba al frente del reino y que atesora todas las características del arte gótico tardío, al que suma motivos de inspiración marinera (cuerdas, anclas, esferas…) y elementos exóticos, como frutas o animales propios de latitudes orientales. El monasterio, especialmente en la parte del claustro, tanto en su planta inferior como superior, ofrece un espectáculo ornamental propio de este estilo, lleno de detalles y de columnas que se retuercen sobre sí mismas, dominado por los colores ocres de la piedra de sus paredes y que rodea el patio central dividido por dos paseos que dibujan sendas diagonales desde sus esquinas. Pueden observarse gárgolas, hojas, nudos, plantas de piedra pero también símbolos de la época como el astrolabio esférico o la cruz de la orden militar.

El claustro fue obra de tres autores, que se sucedieron al frente de su construcción entre 1502 y 1521. En la planta baja destaca la sala capitular, junto a la sacristía, donde desde el siglo XIX se encuentra el sepulcro del historiador Alexandre Herculano. En esta misma planta pero en la zona norte están depositadas desde tiempo muy posterior, las cenizas de otra gran figura del mundo de la cultura y el arte portugués como fue Fernando Pessoa. Las cuatro alas de cada una de las dos plantas tienen aproximadamente unos 55 metros cuadrados.

En la parte superior, desde una de sus puertas conecta con la parte del coro de la Iglesia, con unas vistas sobre la misma excepcionales. La estampa de sus ocho pilares octogonales, con sus nervaduras -que recuerdan a unas palmeras- levantándose hasta las bóvedas que rematan sus tres naves de igual tamaño, conforman un espacio de gran amplitud y luminosidad. La bóveda del transepto tiene 25 metros de altura. En la parte inferior vuelven a encontrarse las sepulturas de personajes de gran trascendencia en la historia del país como son las del marinero y gran descubridor Vasco da Gama y la del escritor Luís de Camoes. En las paredes laterales de la capilla mayor se observan los sarcófagos de los reyes Dom Manuel I y Dona María, y de Dom Joao III y Dona Catalina, todos ellos de mármol y soportados por elefantes.
El monasterio, que fue fundado en 1501, funcionó como tal hasta 1833, año en el que se disolvió la orden y empezó a utilizarse como escuela y orfanato hasta 1940. En 1983 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. (…)
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