La zona de la Praga Nueva o «Nove Mesto», como se conoce en checo, es interesante pero puede llevar a confusión porque en realidad tampoco tiene tanto de nuevo (o por lo menos, tiene cierta historia). Data del siglo XIV y representó en su momento una ampliación notable de la parte vieja, tanto en territorio como en población. Hoy se localizan en esta parte algunos de los espacios más emblemáticos, como sobre todo el edificio del Museo Nacional o Teatro Nacional. Ambos, importantes y significativos espacios para la consolidación de la identidad checa frente a otros impulsos que pretendían diluirla bajo influencias dominantes y geográficamente próximas.
(A continuación reproducimos un extracto del artículo que se incluye en el monográfico sobre la capital checa, que podrá comprarse a partir de este mes de enero en esta web).
> No muy lejos de la zona vieja de Praga se encuentra precisamente la que se conoce como Praga Nueva, un nombre algo peculiar o confuso ya que esta parta de la capital checa data del siglo XIV, por obra o iniciativa del rey Carlos IV que quiso construir una nueva zona para la ciudad alrededor de tres mercados principales, con una muralla de aproximadamente 3,5 kilómetros y que tenía una extensión cerca de tres veces mayor que la de la parte vieja. Las obras se desarrollaron a gran velocidad y en apenas unos pocos años toda la estructura ya estaba levantada gracias en buena medida al trabajo de más de 650 personas y a un estímulo extra como fue una exención de doce años sin impuestos para aquellos que acabaran los trabajos en el tiempo estipulado.

La zona ofrecía una buena planificación con zonas anchas y una organización más racional. Su convivencia, en cualquier caso, con la otra parte fue mala y al poco tiempo de derribar las murallas de separación tuvieron nuevamente que levantarse. La competencia entre ambas era evidente aunque poco a poco fueron limando asperezas.
Hoy esta parte de Praga se extiende por las calles de Wilsonova, Mezibranska y Sokolska, llegando por uno de sus extremos prácticamente hasta el río y hacia el sur, desplegándose en dirección a la colina de Vysherad. Su dibujo recuerda una “T”, llamada “Cruz de Oro”, con la Plaza Wenceslao en el eje central. Esta plaza, más que una plaza en realidad recuerda mucho más un boulevard, diseñado en su momento a imagen y semejanza de los bulevares parisinos, con los parterres de césped y flores correspondientes y con el edificio neorrenacentista más importante de la ciudad en lo alto, coronando este paseo que va ascendiendo y que culmina en el Museo Nacional.

Este museo se construyó a finales del siglo XIX, con clara inspiración positivista y que tuvo detrás la voluntad de constituir y reivindicar la identidad checa. El aristócrata Kasper Sternberk, el lingüista Josef Dobrovsky y una figura de gran prestigio como Frantisek Palacky se encontraban detrás de este proyecto como grandes impulsores y que acumularon en sus estancias mucha cantidad de material histórico, zoológico, de mineralogía… Es un espacio de peso en la ciudad que cuenta enfrente o justo un poco antes con un conjunto escultórico ecuestre a San Wenceslao, colocado en 1924 y completado a su alrededor por las esculturas de los protectores bohemios de Ludmila y Procopio delante y Alberto e Inés, detrás. También destaca a sus pies, entre la hierba una placa conmemorativa de Jan Palach, personaje muy vinculado a la lucha contra la ocupación soviética y que se suicidó como forma de rechazo. Objetos y velas siempre encendidas recuerdan su figura y sus esfuerzos por una Checoslovaquia libre. Todo este paseo, lleno de tiendas, negocios, hoteles -muchos del siglo XIX y XX-, de 750 metros de largo por unos 60 de ancha, acaba en otro de sus extremos en la zona peatonal más importante y extensa de la ciudad (…)
(Podrá leerse el artículo íntegro sobre esta parte de Praga en el monográfico sobre la capital checa que publicamos este enero y que podrá comprarse en esta web).
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