En las últimas décadas Barcelona ha vivido una profunda y probablemente exitosa transformación de su frente marítimo, sumando espacios que se han convertido en grandes símbolos de la capital catalana. Una buena muestra de su buena acogida es su enorme afluencia de gente. Un paseo cerca del mar es un plan fácil, cómodo, económico y muy agradable que representa la elección de muchas familias, parejas, gente para hacer deporte, otros para tomar algo, también turistas… Por supuesto, sin olvidar también los retos y dificultades que cualquiera de estos cambios supone. En cualquier caso, Barcelona sigue en esta senda con un nuevo y espectacular rompeolas.
Se estrenó a mediados del pasado mes de diciembre (2018). La presidenta del Port, Mercè Conesa, según recogían los medios, se congratuló de este logro como algo en la dirección correcta. Así destacó que su entidad «quiere ser constructora de ciudad, de espacios cívicos y de convivencia». El nuevo rompeolas cuenta con una extensión de 36.000 metros cuadrados. Buena parte de ellos se concretan en un paseo detrás del Hotel Vela hacia el antiguo espigón de la Barceloneta, de 400 metros de longitud y que camina sobre el mar a 11 metros de altura. Las vistas, desde su extremo más alejado de la Plaza de la Rosa dels Vents (la que queda justo detrás del hotel después de subir unas escaleras), son preciosas especialmente en un día despejado. Al atardecer, por la orientación del mismo paseo puede divisarse -y fuimos testigos de ello- el atardecer y observar relajadamente como el sol se va escondiendo tras el horizonte en un cielo que se va oscureciéndo tras adquirir delicados tonos rojizos.
Por supuesto, desde su apertura se ha convertido ya en un lugar habitual de paseo, para hacer deporte ya sea corriendo, en bicicleta o patines. También para familias, para instagramers, aficionados a la fotografía, al baile, a la música… No han hecho falta demasiadas semanas para comprobar que la ciudadanía -parece- se ha hecho con buenos ojos a este rompeolas -bautizado como «Nou Passeig de Trencaones»– y lo está integrando a su nuevo entorno urbano. Debajo del paseo hay espacio para más de un centenar de amarres, una marina robotizada y también para zonas comerciales y de restauración (aún por acabar de desrrollarse).
Y queda pendiente si acabará o no por concretarse la ubicación de una nueva sede del Hermitage ruso en Barcelona, hoy en fase de negocación y que parece que cuenta con el beneplácito del sector cultural y de algunas entidades vecinales de la zona pero que despierta ciertos recelos entre los responsables del Ayuntamiento. De producirse, habría que ver cómo se integra en este nuevo ecosistema de la ciudad con el Port Olímpic, el Maremagnum y la gran transformación que está viviendo toda esta parte de la ciudad. //
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