En el siglo XIII fue el rey Luís IX el responsable de abrir esta zona -recién ocupada- al Mediterráneo para el comercio marítimo con el Levante, y también con Oriente Medio y Asia. Antes, esta área había sido en época romana y también por entonces zona de marismas y pantanos, y de ahí el nombre (en latín «Aquoe Mortuoe»). Se construyó una pasarela que conectaba la parte de tierra más habitable con la desembocadura del Ródano al mar y también los primeros asentamientos, que tuvieron que ser fortificados.
De hecho, las murallas y torreones corresponden a esa misma época. Hoy son de los mejor conservados de origen medieval de toda Europa. En verano, cientos de personas llenan las calles de este pequeño pueblo de la Provenza francesa, de unos 7.000 habitantes, que cuenta con casas habitadas intramuros y también con sus correspondientes cafés, restaurantes, pequeñas plazas, tiendas de dulces y sus inevitables estableciemientos de souvenirs. Niños, familias, parejas y grupos de amigos llenan algunos de los puntos neurálgicos de su pequeño y agradable núcleo urbano que, ya avisan desde el propio municipio, en verano es algo más complicado de visitar por la gran afluencia de gente.
De la muralla, el gran atractivo de Aigües-mortes, destacan sobre todo las torres de Carbonnière y de Constante, de un total de 20 repartidas por el perímetro cuadrado de las murallas y que protege una parte del actual pueblo (hay otra parte del pueblo situada extramuros). En total la muralla mide más de 1.600 metros de extensión. La de Constante fue usada como prisión ya en época de los Templarios, en el siglo XIV, y también por los protestantes durante la guerra de religiones. La anexión en 1481 de la Provenza al reino de Francia hizo que Aigües-mortes perdiera valor tanto como pueblo como puerto en favor de Marsella y, sobre todo, de Tolón. Ha conservado, en cualquier caso, su encanto y gran valor histórico hasta nuestros días. Además, hoy suma a todo ello una oferta gastronómica y de dulces bastante interesante. Nosotros probamos alguna de sus especialidades como la fougasse y quedamos convencidos.
Otra de sus lugares a destacar, fuera, en el exterior pero muy cerca de la zona fortificada, son las salinas. De hecho ya funcionaron como tal desde época romana. Hoy producen al año cerca de 450.000 toneladas que se recogen una vez, entre los meses de agosto y septiembre, y que dan una sal conocida por su calidad y por ser muy sabrosa. También si lo que se quiere es ver aves, se trata de una zona habitual de nidificación de pájaros en su viaje entre África y Europa aprovechándose de las características de esta zona pantanosa. Hay en toda esta parte toda una serie de pasarelas de madera en buen estado que permiten dar un pequeño paseo muy recomendable antes o al volver hacia el aparacamiento cerca del pueblo.
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