Sitges, cerca de Barcelona, tiene de todo: es pequeña, coqueta, con encanto, modernista… Tiene playas, calas, fiesta, callejuelas y casas bellas contruídas durante el auge del comercio con América. Además, fue la elegida en su momento por grandes artistas como el pintor Santiago Rusiñol, que estableció en ella su ‘casa-taller’ -hoy visitable- y, según leemos en la web del propio Ayuntamiento, donde también «organizaba fiestas» para amigos y allegados. Durante nuestra visita, la estampa de sus playas es algo distinta, afectada por el impacto causado a comienzos de año por el temporal Gloria y, después, por los efectos de la pandemia que multiplican y hacen visibles la presencia de mascarillas y la división del paseo marítimo en dos carriles de direcciones opuestas para los paseantes.

Sorprendentemente, tenemos suerte y podemos aparcar- eso sí- alejándonos algo del centro (posibilidad recomendable, si no importa caminar un poco). Destacan en primera línea de costa, muy cerca del agua y la arena, grandes y llamativas casas, algunas actuales, otras herencia de las erigidas en el siglo XIX durante el apogeo del comercio con América (que había empezado durante la segunda mitad del XVIII) y que generó grandes dividendos para esta población. Se denominaban entonces «los americanos», con gran presencia comercial tanto en Cuba como en Puerto Rico. Con la construcción del ferrocarril, a finales del s.XIX, y el acercamiento, por lo tanto, de las distancias con Barcelona, los grandes barcos dejaron de salir de Sitges (que perdió gran parte de su flota, boyante y numerosa durante buena parte de su historia, que comerciaba sobre todo con vino y que era salida al comercio marítimo también para la comarca del Penedés). Todo ello hizo que muchos de los emigrados, con sus capitales, volvieran a Sitges, invirtieran y embellecieran la ciudad, derivando parte sustancial de sus ganancias hacia las industrias textil y de los zapatos, que llegaron hasta los años sesenta del siglo pasado. Precisamente, en la segunda mitad del s. XX es cuando la ciudad empieza a crecer de forma notable con la aparición acelerada de urbanizaciones y segundas residencias y convirtiéndos en un gran polo turístico. Hoy, aseguran, tener «un buen posicionamiento en el mercado europeo» que les reporta visitantes todo el año.

En Sitges hay varios recordatorios de su pasado modernista, de la presencia de grandes creadores como Rusiñol o Ramon Casas, con simpáticas y originales estatuas colacadas tampoco hace tantos años y que remiten a la presencia de aquellas figuras. El paseo, cerca del mar, es agradable y tranquilo, y cuenta con los preceptivos chiringuitos y con una amplia oferta de locales. La subida a la iglesia y una vuelta por el pueblo permiten descubrir muchos de sus encantos, sin necesidad de caer -que también- en sus calles principales y por donde es interesante caminar para descubrir la presencia de grandes marcas, poniendo de manifiesto que se trata de un destino muy frecuentado y con demanda. Tomarse un helado en un día de calor y en alguno de sus establecimientos más recomendados es casi de obligado cumplimiento. También, interesante fijarse en muchas de las placas en fachadas que remiten a los concursos celebrados anualmente y que premian a las más originales o bellas. Otras son de carácter histórico y remiten a los bombardeos sobre el pueblo durante la Guerra Civil española.

En esta parte de la geografia catalana hay existencia de pruebas de presencia humana ya en época neardertal con una mandíbula encontrada en la «Cova del Gegant». También hubo asentamientos íberos y romanos aunque la primera constancia escrita data del siglo X, coincidiendo con la expansión hacia el sur del condado de Barcelona. En la Edad Media adquirió especial relevancia como el pueblo de costa más destacado entre la Ciudad Condal y Tarragona. Por entonces estaba amurallada. Tras los estragos de la piratería, los distintos brotes de peste y las guerras, el comercio (especialmente de vino) despegó, sobre todo hacia el norte de Europa. Su vitalidad, cada vez más vibrante, chocaba con los intereses más conservadores y de control del barón feudal, régimen que acabó por abolirse a comienzos del siglo XIX. Hasta entonces, más o menos, la población no había rebasado los 3.500 habitantes. Hoy, según el censo de 2017, casi llega a los 30.000 (28.527 habitantes).

No podemos acabar el repaso a Sitges sin hacer mención de su carnaval -uno de los más conocidos de Catalunya y del estado- y por su gran popularidad entre los colectivos gay. Ya unos años atrás se hizo conocido por el título, posiblemente honorífico, de «capital gay europea». Abundan muchos locales de ambiente, como parte de su amplia oferta de ocio nocturno y que se suma a lo mucho por visitar en esta singular y variada ciudad. //
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