Era apenas un niño de 10 años cuando empezó a jugar a fútbol. Su padre lo llevó a un colegio que no estaba destruido por la guerra y tenía un patio en mínimas condiciones para correr y patear el balón. Ese fue el inicio de una afición que se convertiría en profesión y que lo ha llevado a ser considerado entre los mejores delanteros del mundo. Aquel colegio estaba en Sarajevo y todo sucedía a mediados de los años noventa. Edin Dzeko recuerda sus inicios en una entrevista concedida a la CNN y cómo salvó la vida gracias a su madre cuando un día lo hizo entrar en casa pocos segundos antes que el espacio en el que jugaba fuera bombardeado. Perdieron la casa de los padres y tuvieron que instalarse con los abuelos y quince familiares más. Vivió todo el conflicto en la capital bosnia en lo que, seguro, tuvo que marcar su infancia. Aún así, de aquella experiencia, saca una lección constructiva cuando asegura que con confianza siempre se puede mirar al futuro con optimismo.
En su caso aquella confianza se convirtió en una carrera deportiva hasta la fecha muy destacada y que lo ha llegado a situar entre la élite del fútbol mundial. Dejó Bosnia para ir a jugar a la República Checa y de allí pasó al Wolsburgo alemán. Más de 65 goles marcados en tres años y medio llamaron la atención de los mejores clubes, siempre atentos a la irrupción de nuevos y prometedores artilleros. Se fue al Manchester City y, con él, obtuvo varios títulos. Entre ellos, una Premier League inglesa. Sus números fueron buenos pero no extraordinarios. Alternó titularidad con suplencia e, incluso, durante alguna temporada, llegó a coincidir con Negredo -que tampoco triunfó y hoy se encuentra en el Valencia-. Hoy juega, junto a su compatriota Pjanic, en la Roma.
Y si a nivel de clubes puede hablarse de éxito, también puede emplearse la misma expresión para definir su actuación y rendimiento con la selección bosnia. Es el máximo goleador con más de cuarenta goles y ha conseguido jugar un Mundial. Lo hizo en el de Brasil 2014 encuadrado con Argentina, Nigeria e Irán. No pasaron de la primera fase con dos derrotas y una victoria frente a los persas que de poco sirvió. El seleccionador habló de éxito, por la clasificación para el Mundial, pero de sabor agridulce al sentir que con algo de mejor suerte y más fortuna (especialmente, en el partido frente a Nigeria) podrían haber pasado a octavos. Sea como fuere, tuvo que ser extraordinario saltar al césped ese día del estreno de Bosnia en un Mundial. El marco fue incomparable: el estadio de Maracaná. Y contra uno de los favoritos, la Argentina de Lionel Messi. Dzeko no estuvo demasiado fino, como tampoco el resto del equipo. Para el Europeo de este verano en Francia (2016) llegaron a la repesca contra Irlanda pero cayeron en un desempate bastante ajustado.
En líneas generales, la actuación de la selección es más que buena, sobre todo si recordamos los traumas sufridos apenas hace veinte años por la guerra y que se trata de un país joven con unos datos de crecimiento económico delicados y un contexto político y social tenso. Dzeko, en este tiempo, ha conseguido dejar atrás el escenario de aquel patio rodeado de destrucción por el de los estadios más importantes del Planeta. Y ha confirmado como buenas algunas de sus convicciones.
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