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«El faraón estaba considerado como un Dios en la Tierra». (entrevista. 2a parte)

La civilización egipcia es una de las más interesantes de la historia de la Humanidad. Esconde grandes secretos y despierta un gran deseo de conocer por parte de infinidad de lectores, ávidos por saber. Aquí publicamos la segunda parte de la entrevista que en su momento realizamos para nuestra revista «EV» con Emma González,  especialista del Museo Egipcio de Barcelona. Ya avanzamos que, por su extensión y detalle, habrá también una tercera entrega.


En relación a las pirámides, ¿se sabe ya cuál fue el método utilizado para su construcción o continúan todavía las investigaciones?
Actualmente todavía se desconoce el método utilizado para la construcción de las pirámides.
Distintos eruditos han aportado diversas hipótesis al respecto. Sin embargo, no se ha podido determinar, a ciencia cierta, el sistema empleado en estas edificaciones funerarias y sagradas al mismo tiempo. Uno de los argumentos de más peso dentro del campo de las hipótesis se basa en el sistema de rampas.
En el año 2007, el arquitecto Jean Pierre Houdin especulaba con la posibilidad de que los bloques pétreos utilizados para la edificación de la gran pirámide hubieran sido transportados utilizando una rampa exterior cuya máxima altura rozaría los 45 metros y, desde este punto, los sillares serían elevados mediante una rampa en espiral habilitada dentro de la propia pirámide.

En su museo, dentro de la colección permanente, reservan un papel principal a la figura del Faraón. ¿Cómo lo describiría? Y de la larguísima lista existente, ¿cuáles podrían ser los más destacados?
En el Museo Egipcio de Barcelona está representada la figura del faraón mediante distintas estatuas que personifican a Ramsés II y a Ramsés III, además de fragmentos parietales y otro tipo de piezas en las que puede verse los cartuchos con el nombre del soberano.
El papel que ejercía el rey egipcio traspasaba el umbral de lo meramente político para abarcar otros aspectos como sería el caso de garante absoluto de la Maat; es decir, de la estabilidad y la harmonía en toda la geografía egipcia. Considerado un verdadero dios en la Tierra y una encarnación del propio Horus, el monarca también debía llevar a cabo, a priori, los rituales vinculados directamente con los dioses. En su vertiente de encarnación divina, el faraón estaba sujeto a sufrir un debilitamiento de sus fuerzas cósmicas, hecho que podía comportar la desestabilización y la aparición del caos en todo el país.
Con la finalidad de paliar este aspecto y recuperar de nuevo todas las virtudes divinas, el faraón realizaba un jubileo denominado Sed. En el trascurso del mismo, que tenía lugar, por regla general, cada treinta años, el soberano procedía a regenerar su potencial mediante toda una serie de rituales que le permitían conectarse con el mundo divino así como con las fuerzas telúricas.
De la larga lista de monarcas que gobernaron Egipto durante sus tres mil años de historia, podría destacarse, entre otros, a Mentuhotep II, Tutmosis III, Sethy I, Ramsés II y Ramsés III.

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¿Cuántos fueron mujeres? ¿Y cuál fue su carrera?
Algunas mujeres llegaron a detentar el cargo de faraón. A partir de la información actual es posible hablar de Nitocris, Neferusobek, Hatshepsut, Tausert y Cleopatra VII. De todas ellas las más emblemáticas fueron Hatshepsut y Cleopatra VII. La primera, detentó el poder una veintena de años. Durante su reinado ordenó la construcción de algunas estructuras templarias, entre las que cabe destacar su templo conmemorativo erigido en Deir el-Bahari. Otro hecho relevante fue la expedición que envió al país de Punt.
En cuanto a Cleopatra VII, última soberana de Egipto y perteneciente a la familia de los Ptolomeos, intentó mantener su poder mediante alianzas con Roma de la mano de Julio César y, posteriormente, junto a Marco Antonio. Sin embargo, tras la batalla de Accio, en la que fue derrotada junto a Marco Antonio, su oponente romano Octavio Augusto se apoderó de Egipto. Cleopatra optó por suicidarse antes de caer en manos de su enemigo.
A este reducido número de féminas cabe añadir algunas reinas que presumiblemente asumieron el trono de Egipto. Este sería el caso de Nefertiti que bajo el nombre de Anjeperure-Neferneferuatón, pudo reinar tras la muerte de su esposo Akhenatón. Lo mismo sucede con algunas mujeres anteriores a Nefertiti, como sería al caso de Merneith, ubicada en la dinastía I, Jentkaus I de finales de la dinastía IV y principios de la dinastía V, y Jentkaus II asociada a la dinastía V.

También tratan los temas de los Dioses y los ritos funerarios. ¿Cómo eran éstos?
El panteón de los antiguos egipcios se hallaba constituido por un gran número de divinidades tanto femeninas como masculinas, pudiendo presentar formas muy variadas en función de sus atribuciones y épocas.
En este sentido cabe mencionar las representaciones de divinidades antropomórficas como la diosa Isis, considerada la gran madre divina por excelencia. Algunos dioses pueden presentar un aspecto totalmente zoomorfo como sería el caso de la diosa Bastet, representada como una gata guardiana del hogar, o Anubis encarnado bajo la apariencia de un chacal cuya misión es la de conducir a los difuntos hacia el Más Allá.
Una tercera tipología muestra a las divinidades como una mezcla de distintos animales. Un buen ejemplo lo ofrece Tueris, representada bajo la apariencia de una hipopótama embarazada con patas de león, pechos caídos y cola de cocodrilo. Totalmente vinculada al hogar, además de ser la divinidad encargada de proteger a las mujeres embarazadas y velar para que el parto se desarrolle correctamente.
Otra modalidad de seres divinos se encuentra en las imágenes de dioses que exhiben cabeza de animal, de macho o de hembra, y cuerpo humano tanto femenino como masculino. Dos de las divinidades que presentan estas características son la diosa Sejmet, vinculada a aspectos bélicos y también curativos, que luce cabeza de leona y cuerpo de mujer, y el dios Horus con cabeza de halcón y cuerpo masculino, vinculado a la realeza.
A todo ello hay que añadir una última categoría de esencias divinas. En este caso se trata de personajes considerados verdaderos sabios que tras su muerte han sido divinizados. Este sería el caso de Imhotep que vivió durante el reinado del faraón Djoser y de Amenhotep,
hijo de Hapu, correspondiente a la época de Amenhotep III.
A pesar de la gran cantidad de divinidades que constituyen el panteón de los antiguos egipcios, su religión no puede ser considerada como politeísta. De hecho, se trata de una doctrina henoteista; es decir, que aunque creían en la existencia de muchos dioses, dentro de esta pluralidad, uno de ellos era considerado supremo. En este caso se trataría del Sol en sus diversas manifestaciones en función del momento del día y de la época.

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En cuanto a los rituales funerarios, éstos estaban supeditados al estatus social al que pertenecía el difunto. La mayoría de informaciones acerca del culto a la muerte provienen de tumbas correspondientes a la élite y a la realeza, cuyo poder social y económico les permitía asegurar la conservación del cuerpo, mediante la momificación, así como la construcción de una morada de eternidad.
Hay algunas excepciones como sería el caso de la necrópolis de Deir el-Medina, ubicada en la orilla occidental de Luxor, perteneciente a los trabajadores y artesanos que construyeron las tumbas del Valle de los Reyes y del Valle de las Reinas, o bien el cementerio Sur de Amarna, situado en el Egipto Medio, y en el que descansan individuos concernientes a las clases menos privilegiadas dentro de la sociedad faraónica, y que ocuparon esta ciudad durante el reinado de Ajenatón y de Nefertiti.
Cuando se producía el óbito de algún personaje relevante, la familia entregaba el cuerpo del finado a los embalsamadores que tras manipular el mismo, lo preparaban para ser depositado en su correspondiente sepultura. El proceso de momificación tenía una duración total de 70 días. Durante este período, el cuerpo era eviscerado y sometido a un baño de natrón que permitía la deshidratación del mismo. Una vez vendado, se depositaba en el interior de un sarcófago. La momia podía estar provista también de una máscara funeraria y llevar, entre las diferentes capas de vendas, diversos amuletos y objetos de joyería. Un cortejo fúnebre, acompañaba al difunto hasta el sepulcro.
Antes de ser depositado el ataúd en la correspondiente cámara funeraria, se ejecutaban toda una serie de prácticas rituales cuyo objetivo era el de garantizar la resurrección del fallecido.
Cabe destacar el denominado ritual de la apertura de la boca que permitía restablecer las funciones de la boca y de la vista. A partir de este momento, el féretro, junto a un nutrido ajuar funerario, era depositado en la cámara funeraria que, a continuación quedaba totalmente tapiada.


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