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«Balas para todas», Larrad Ed.

Libro coral, escrito por seis periodistas de larga trayectoria en Oriente próximo y medio, coordinado por la por entonces corresponsal de El País, Natalia Sancha, con prólogo de Rosa María Calaf y sugerentes reseñas de Tomás Alcoverro y Ramón Lobo. Buenas credenciales para una obra que pone el acento precisamente en el mosaico que conforman la suma de las piezas escritas por cada una de ellas y estructuradas alrededor de ocho temas, que abordan aspectos intrínsecos al desarrollo de la labor periodistica en zonas de conflicto y que suman a las reflexiones la particularidad, que marca una diferencia -para bien y para mal-, del género.

Así, por ejemplo, en uno de los fragmentos leemos que una de ellas suele llevar en un bolsillo «una falsa alianza de matrimonio» para evitarse posibles y variadas proposiciones, en muchos casos incómodas y que en el caso de ser periodistas masculinos difícilmente recibirían. También aparecen términos como «patriarcado» o «conservadurismo», asociados a actitudes sobreproteccionistas o condescendientes que las trata de vulnerables o débiles por cuestiones físicas y no profesionales o de aptitud. Circunstancias, en cualquier caso, ante las que se enfrentan o llevan -casi de forma inevitable- con cierta resignación, con el deseo claro y manifiesto que su ejemplo sirva para establecer precedentes, cada vez más habituales, que cambien esquemas mentales, tan arriagados de tiempo pero que poco a poco se van resquebrajando.

Una de ellas es fotógrafa, de Egipto y hoy en Alemania; otra fixer, de Rojava; una tercera colombiana, periodista de TV, establecida en Irán; una cuarta, italiana, y con ya largo recorrido en Libia, donde puso de manifiesto la complicidad de funcionarios en el contrabando de migrantes y que le supuso serias amenazas de muerte; y una quinta, establecida en Siria, colaboradora de medios audiovisuales internacionales y con vínculos también con organizaciones humanitarias (esto último, una constante para todas ellas). Cada una, por lo tanto, tiene su perfil que complementa al resto y contribuye a conformar un amplio cuadro lleno de matices.

Se tratan temas como la familia -muchas de estas periodistas son solteras aunque alguna sí tiene hijos (una corresponsal de The Washington Post reconocía «estar casada con el periodismo»), el miedo (el Síndrome del Impostor: ser desemmascarada y que todo el éxito cosechado solo sea fruto de la casualidad), estrés postraumático, la guerra, la violencia, las narrativas (el acceso a determinados espacios por ser mujer y a otros por ser extranjera), las Primaveras Árabes (ahora ‘inviernos’, y extensibles al conjunto de la región, más allá estrictamente de los países donde estos movimientos tuvieron lugar), etc.

Al final, en cualquier caso y pese al enorme sacrificio realizado por cada una de ellas y que las han llevado a preguntarse infinidad de veces por el sentido de todo, las respuestas acaban encontrándose en expresiones como: «Aquí seguimos, porque nos gusta, porque creemos en lo que hacemos». O: «Hago esto porque me permite vivir mil vidas». En el caso, por ejemplo de Natalia Sancha, consiguió el sueño de su adolescencia, ser corresponsal, tras trece años y en plena pandemia, según leemos en el libro.

Buen libro, por lo tanto, que permite saber bastante más sobre la profesión de reportero de guerra, corresponsal, que desmitifica muchas cosas y pone sobre la mesa los pormenores de una apuesta personal y profesionalmente arriesgada, que no es fácil, que se sale de lo estándar y que, posiblemente, no es para todo el mundo.


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