Tarragona tiene una fama a medias, que no le hace justicia: menos de la que merece y que sí tienen otras ciudades y lugares tanto de Catalunya como del conjunto del estado. Disentimos, por lo tanto, de ese parecer generalizado y que la pone un peldaño por detrás de algunas otras. Ciudad costera del sur catalán, de amplio pasado romano, ofrece muchas cosas: más de las que a priori se valoran. Construída en 218 a.C., a la llegada de los romanos a la Península durante la Segunda Guerra Púnica contra los cartagineses, ostentó incluso el papel de capital del Imperio Romano entre los años 26 y 25 a.C., con la presencia de Augusto en la ciudad dirigiendo las campañas contra cántabros y astures.
Su Muralla (s. II a.C.), de la que se conservan 1.100 metros (originariamente tenía 3,5 km., que delimitaban el perímetro de la ciudad), es la mayor construcción romana en pie de Europa fuera de Italia. Sus piedras y la visita por la zona habilitada ofrecen grandes vistas por toda esa parte de la ciudad, e impresiona el tamaño de sus muros (algunos reforzados, junto con los baluartes y fortín levantados entre los siglos XVI y XVIII para hacer frente por entonces a la artillería). Destacan la escultura de Minerva (con la inscripción romana más antigua de la Península Ibérica) y la Torre del Arzobispo.
Circo y anfiteatro
De su pasado romano, central y muy potente –fue capital de la Hispania Citerior-, se conservan en relativo buen estado y conservación el Anfiteatro, el Circo y la Torre del Pretorio. El primero se erigió en el siglo II d.C. y se destinó sobre todo a la lucha de gladiadores. Vería más tarde, en el siglo VI, como en ese espacio se construía una basílica visigótica y en el s. XII, una iglesia románica. El Circo, que conecta por dentro con la Torre, se destinó sobre todo a las carreras de cuádrigas y bigas (carros tirados por dos caballos). Data del siglo I de nuestra Era. La Torre, por su parte, se levantó en la plaza de representación del Fórum y actuó, en el siglo XIV, como residencia real.
La visita, en su conjunto, vale mucho la pena, tanto por la parte de arriba, más abierta, como por algunos de sus pasadizos subterráneos, muy bien restaurados y fáciles de recorrer. Desde lo alto de la Torre se tienen unas vistas panorámicas sobre la ciudad y el mar que en un día soleado -nada extraño si tenemos en cuenta que la temperatura media de Tarragona es de 17 grados- son espectaculares.
La Catedral
Del resto de la ciudad, destaca, por supuesto, todo el centro, incluído el barrio judío, de orígenes y aires medievales -durante nuestra visita se estaba rodando un anuncio de una conocídisma marca de refrescos-, así como su Catedral. Dedicada a Santa Tecla, ésta se localiza en el punto más alto de la ciudad donde antes se había ubicado el templo romano de culto al emperador. Data de los siglos XII a XIV. Su fachada principal es relativamente pequeña pero bonita. Y con gracia. Llaman la atención sus conjuntos escultóricos pero su interior tampoco se queda atrás. Destacan especialmente la parte del claustro o varios de sus retablos (entre éstos, sobre todo, el mayor).
Centro medieval
A nivel histórico y según leemos en la información oficial de la ciudad, la ocupación árabe entre los siglos VIII y XII sumió a la ciudad en una época de decadencia y abandono que progresivamente fue recuperando tras la Reconquista. Aún así, las guerras, la peste y los ataques piratas entre los siglos XVI y XVII también tuvieron un impacto muy negativo con la pérdida de actividad y población.
En el siglo XIX, el terrible asedio durante la Guerra del Francés, la ocupación que sufrió durante dos años y los destrozos ocasionados por las tropas galas tras su marcha sobre puntos estratégicos de Tarragona causaron graves desperfectos. De todos modos, poco a poco y fruto del esfuerzo emprendedor de pequeños comerciantes la ciudad se fue recuperando. A partir de los años cincuenta del siglo XX se convirtió -como todavía es hoy- en una ciudad con un potente sector petroquímico, como dejan constancia de ello los muchos barcos, de enorme tamaño, que se ven en el horizonte y no precisamente muy lejos de la costa.
Las vistas desde el Mirador del Mediterráneo, que queda al final de la Rambla Nova, dejan constancia de ello, así como unas bonitas vistas sobre la playa. Es también un buen lugar para disfrutar en una terraza del sol y las temperaturas agradables. Precisamente en esa calle, una de las más importantes de la ciudad y que data de hace 150 años, se encuentra una curiosa, figurativa y muy expresiva escultura en homenaje a los «castellers», poniendo de relieve el papel central en Tarragona de esa práctica social, multitudinaria, a medio camino entre la tradición, la cultura y el deporte.
También son muy interesantes varias de sus plazas, como la «del Rei», «del Fòrum» o «De la Font». En esta última se encuentra el edificio del Ayuntamiento, de fachada imponente. Todas aúnan historia y personalidad y son un buen lugar, gracias a sus muchas terrazas, para tomar algo, comer o hacer un break en la visita a esta urbe de más de 130.000 habitantes y una de las más importantes de Catalunya. //
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