Camino del Coliseo y desde la Fontana di Trevi, desde donde seguimos durante esta tercera parte de nuestro periplo ‘exprés’, algunos de los espacios más significativos que nos encontramos son la Piazza Venezia, las Termas de Caracalla o el Foro. Del primero, la Piazza, está considerada por sus propios ciudadanos, según leemos, como una «monstruosidad arquitectónica». Ciertamente, es enorme, de mármol blanco, coronada por una estructura de perfil clásico, rodeada de columnas y que se construyó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, durante cerca de 25 años (de 1885 a 1911). Supone un homenaje a su primer rey, Víctor Manuel II, y a la unificación de Italia de 1870. Enorme, es una verdadera mole sin mucho interés artístico, llamativa y que contrasta con el conjunto de la ciudad en esta parte, con el Anfiteatro Flavio al fondo y a los lados, restos de los que en su momento fue el Foro de Roma.

Foro romano
De este segundo lugar, en su momento, centro de poder político, comercial y espiritual, lujoso y lleno de palacios de mármol y estátuas a sus dioses, no se ha conservado demasiado pese a su peso histórico y gran relevancia. Es parte, eso sí, de aquella Roma, que llegó a ser centro del mundo mediterráneo, con cerca de un millón de habitantes y anterior a su decadencia con la invasiones bárbaras y que llevó al Foro a un deterioro más acentuado durante el Renacimiento, cuando se aprovecharon muchos de sus materiales para reutilizarse en iglesias, palacios u otros edificios. Terremotos, incendios e inundaciones también lo redujeron a su mínima expresión. De entre lo que sí se conserva: parte de la Curia, espacio de reunión durante cerca de mil años de los senadores; o una piedra muy especial, «Lapis Niger», de mármol negro, hecha colocar por Julio César en el lugar donde supuestamente fue enterrado uno de los fundadores de la ciudad: Rómulo (más sobre esta leyenda en nuestro primer artículo), y que presenta una inscripción en latín del siglo VI aC. También, cabe reseñar los arcos de Séptimo Severo o de Tito.

Termas de Caracalla
Al otro lado y al sur del Coliseo se encuentran unas ruinas de ladrillo, no especialmente atractivas a nivel visual pero que son recordatorio de uno de los baños públicos más imporantes de la Roma antigua, construidos en el año 212 dC por el emperador que les da nombre: las Termas de Caracalla, que en su época contaban con paredes recubiertas de mármol, decoradas con pinturas de colores y piscinas, ‘estanques’, de alabastro y granito. Ofrecían baños de agua caliente, fría, vapor y masajes. Estuvieron en funcionamiento hasta 537 dC, cuando los ostrogodos destruyeron el acueducto que abastecía esta parte de la ciudad. En su momento de mayor apogeo, podían albergar hasta 1.600 personas a la vez.

Coliseo
Seguimos por el gran icono de la ciudad y una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo: el Coliseo o más concretamente, el Anfiteatro Flavio. Es uno de los monumentos más importantes y conocidos del mundo, al nivel de las Pirámides o la Muralla China, que fue inaugurado en el año 80 dC, bajo el emperador Vespasiano y del que se dice trabajaron en él cerca de 20.000 esclavos y prisioneros, muchos de ellos hebreos. Contaba con una pista central con forma de elipse de 86 metros de largo por 53 de ancho y capacidad para unas 50.000 personas (algunas fuentes elevan esta cifra hasta 80.000). Su altura, en la actualidad, oscila según la zona del anfiteatro, entre los 48 y los 56 metros. El perímetro exterior es de 527 metros.
Los juegos, según leemos, podían llegar a durar prácticamente jornadas enteras: comenzando con luchas entre fieras hambrientas hechas venir desde los confines del imperio, tales como leones, tigres, osos o incluso elefantes. Seguían con enfrentamientos entre animales y personas escasamente armadas y acababan con las esperadas luchas de gladiadores. También podían llegar a representarse batallas navales, llenando la arena de agua. Incluso, ejecuciones. Espectáculos desmesurados pensados para la ciudadanía, que con el declive del Imperio cayó en desuso y en época medieval pasó a actuar como cementerio, fortaleza, almacén, establo y a partir del siglo XV como cantera. En 1749 el Papa Benedicto XIV lo consagró com lugar sagrado en honor a los mártires cristianos y también para detener el expolio que sufría.

Plaza España y Columna de Trajano
Acabamos esta visita ‘exprés’ a la ciudad (que merecería sobre cuatro días), con un apunte para la Plaza España (más próxima a la Fontana di Trevi o a la Villa Borghese) y otro para la Columna de Trajano (ésta sí, cercana al Monumento a Víctor Manuel II). De la primera, decir que la referencia a España se limita a la existencia en la zona desde el siglo XVII de las oficinas diplomáticas ante la Santa Sede dentro del Palacio de España, ya que las escalinatas -tres tramos- barrocas son de estilo franco-italiano y están coronadas en lo alto por la iglesia francesa más importante de la ciudad y que cuenta con dos campanarios gemelos: Iglesia de Trinitá dei Monti. Destaca, asimismo, la «Fuente de la Barcaza», de Bernini, y que recuerda un episodio por el cual tras un desbordamiento del Tíber una embarcación acabó en ese punto elevado de Roma.
De la Columna de Trajano, del año 119 dC, es una crónica visual de las grandes gestas militares protagonizadas por el emperador -especialmente frente a los Dacios en la actual Rumanía- que le da nombre y que la mandó construir, con evidentes fines propagandísticos. Cuenta con más de 150 escenas y 2.500 figuras en espiral, 19 bloques de mármol y 45 metros de alto. Arriba, está rematada por un añadido, desde el siglo XVI por orden del Papa Sixto V, con una estatua de San Pedro. Originalmente se encontraba una en bronce del propio emperador. En la base se enterraron los restos de Trajano, un de los emperadores romanos más destacados. //
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